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Así las cosas, preocupa la situación actual de la iglesia latinoamericana, necesariamente inmadura como su propio continente geográfico, en cuyo marco se mueven contradictorias ideologías que producen choques y rechazos, pero también, a veces, mescolanzas indeseables, sincretismos espirituales que parecieran conducirla a la creación de un cristianismo transgénico, especie de surrealista Frankenstein. Pero la Biblia dice:

 

No formen yunta con los incrédulos. ¿Qué tienen en común la justicia y la maldad? ¿O qué comunión puede tener la luz con la oscuridad? ¿Qué armonía tiene Cristo con el diablo? ¿Qué tiene en común un creyente con un incrédulo? ¿En qué concuerdan el templo de Dios y los ídolos? Porque nosotros somos templos del Dios viviente. Como él ha dicho: Viviré con ellos y caminaré entre ellos. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. 2 Corintios 6:14-16.

 

Jamás hay que confundir diversidad con sincretismo. Lo diverso es armónico, lo sincrético es desarticulado. La Iglesia Protestante es diversidad; la Católico-Romana, sincretismo. La arquitectura de Niemeyer es diversa; la de Gaudí, sincrética. Cristianismo es diversidad, Nueva Era es sincretismo. Diverso es el jazz; sincretista la música metálica. Las etcéteras son interminables

 

El sincretismo se manifiesta en el politeísmo; la diversidad, en la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo son Uno en esencia, pero son Tres en subsistencia. Yo soy uno y diverso: mi espíritu, mi alma y mi cuerpo se diferencian entre sí, pero hacen un solo hombre integral e indivisible en mí mismo. ¿Cómo mantener la unidad si se permite la diversidad?. Hace siglos, Agustín de Hipona ideó una fórmula de oro: En lo esencial, unidad; en lo no esencial, libertad, y en todas las cosas, caridad.

 

(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Reto de Dios, páginas 144-145)

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