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El Proveedor es la misma provisión

Las viejas discusiones sobre transubstanciación, consubstanciación y similares son esterilizantes y divisionistas entre los cristianos y, también, entre ellos y el resto de la sociedad. Durante la conquista española del Nuevo Mundo, fue célebre la anécdota  del señor de los incas, Atahualpa, a quien un fraile encapuchado del Santo Oficio quiso convertirlo a la fe cristiana por métodos duros de presión, no mostrándole al soberano indígena el amor de Jesucristo, sino un Dios vengativo para con los infieles.

 

Se dice que el cruel confesor increpó al joven monarca aborigen con estas palabras:

 

—Tú eres un salvaje porque adoras al sol.

La crónica añade que Atahualpa replicó, sin pestañar:

— Más salvaje eres tú, que te comes a tu Dios.

 

Los sectarios evangelizadores españoles no fueron sabios con aquellos a quienes buscaban evangelizar; lamentablemente, quisieron imponer en vez de convencer, y no buscaron  puntos claves de contacto. Por ejemplo, es evidente que, dentro de su politeísmo, los incas sostenían cierto monoteísmo frontal y aceptaban de buena gana que había un Dios Supremo que gobernaba el cielo y la tierra y era Señor de todo.

 

“El pan de vida” no es una expresión pleonástica, por más que lo parezca. El pan no ES vida sino que DA vida. El pan es el sustento de la vida, pero no su origen; sostiene  la vida, pero  no la  produce. La vida no proviene del pan, aunque necesita el pan para seguir siendo vida. Estas reiteradas aclaraciones son necesarias para comprender las afirmaciones de Jesús.

 

¿Qué es lo que pretende cuando dice:

“Yo soy el pan de vida”,

“Yo soy el pan que bajó del cielo”,

“el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”?

 

Simplemente se presenta a sí mismo como la vida que produce pan y el pan que produce vida. Él es el proveedor y es la provisión misma, el ‘Jireh’ Hebreo. Lo que nos provee es su propia Persona. Comer su carne y beber su sangre es, realmente, alimentarnos de Él, de su propio ser, en un banquete de proteínas y vitaminas espirituales que nos da nutrición eterna. Vitalismo espiritual.

 

(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Código Jesús, páginas 167-168)

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