Sin ninguna duda, los sueños son, en ocasiones especiales, medios de comunicación del Espíritu Santo; pero un examen de los soñadores bíblicos nos muestra a las claras que todos ellos –y empezando por el gran especialista José- soñaron en realidad muy pocas veces y para fines bien definidos en el propósito divino. Por lo general, los sueños son tubos de escape del inconsciente, a través de los cuales se manifiestan nuestros temores y frustraciones, deseos e ideales. Por otra parte, el hombre abriga lo que pudiéramos llamar sueños conscientes, los proyectos de desarrollo de cada empresa humana. Para discernirlos correctamente, es necesaria su clasificación así:
* El sueño del hombre para el hombre. Por autonomismo humanista, me forjo mi propio destino, organizo mi agenda vital y marcho sobre los parámetros previamente trazados por mí mismo. El emperador Nabucodonosor.
* El sueño del hombre para Dios. Soy un creyente afanoso, quiero hacer algo para el Señor según mi propio criterio, y examino con autosuficiencia mis posibilidades de acción. Algunos lo llaman visualización porque, una vez formado el propósito, me obsesiono mentalmente con él y exijo la colaboración divina para llevarlo a cabo. El rey Saúl.
* El sueño de Dios para el hombre. Es propiamente lo que conocemos como visión. El Espíritu Santo implanta en mi corazón lo que el Padre ha determinado que yo haga, y, en el nombre de Su Hijo, voy a la conquista de esa meta con seguridad, ya que la voluntad divina siempre se cumple. El apóstol San Pablo.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Reto de Dios, páginas 165-166)