¿Puede Jesús ser su propio Padre? Es aquí donde toman pie algunos sofistas modernos, tan relativistas y escépticos como sus antepasados clásicos, para arrojar el manto de la duda. Ciertamente es absurdo que alguien pretenda ser hijo y padre en la misma persona al mismo tiempo. Eres lo uno o eres lo otro, pero no puedes ser lo otro y lo uno simultáneamente. No hay criatura capaz de engendrarse a sí misma, ni de originar a su propio padre; pues, en tal caso, el hijo sería padre del padre y el padre sería hijo del hijo. ¿De qué manera puede demostrar Jesús que el Padre y Él son uno? Dos no pueden ser uno ni uno puede ser dos.
(En este punto, alguien, seguramente, invocará la conocida imagen bíblica de la unidad del hombre y la mujer en el matrimonio, que yo creo radicalmente; sin embargo, no se pase por alto que los cónyuges siguen teniendo cada uno su personalidad definida y separada. Se trata, de lo que el poeta checo Rainer María Rilke, definió bellamente como la “soledad compartida”, que se produce cuando “dos soledades mutuamente se toleran, se limitan y se reverencian”)
Retomemos el hilo de nuestra clave. Pese a lo inaceptable de la afirmación, es desconcertante que Jesús la repita a cada paso. Felipe, uno de los miembros de su staff, tenía la confianza suficiente para hacerle preguntas difíciles; pues bien, un día sostuvo con el Maestro un diálogo que ratifica la sorprendente pretensión del Nazareno de ser igual al Padre:
«—Señor —dijo Felipe—, muéstranos al Padre y con eso nos basta. —¡Pero, Felipe! ¿Tanto tiempo llevo ya entre ustedes, y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decirme: “Muéstranos al Padre”?». (Juan 14:8,9)
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Código Jesús, páginas 142-143)