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¿Quién es Jesús para Jesús?

En mis tiempos de inconverso, cuando me asomaba al espejo exterior de vez en cuando, como Narciso a la fuente Castalia, me conocía menos pero me amaba más con esa común forma de auto-amor que es la ‘egolatría’. Desde que soy cristiano, me asomo al espejo interior todos los días, bajo la luz del Espíritu Santo; y, aunque me conozco un poco más, me sorprendo de lo mucho que me falta conocerme, pero me acepto en la medida en que Dios me acepta como soy porque me ama. Y entonces, me amo a mí mismo para poder amar a los demás con mi amor propio que ahora nace del amor de Dios.

 

Sigmund Freud, quien mira al ser humano como un simple animal (‘psíquico’ en griego), se sorprende del mandamiento “ama a tu prójimo como a ti mismo”, que le parece antinatural. Para el padre del psicoanálisis lo lógico sería decir: “ama a tu prójimo como tu prójimo te ama a ti”. Ello nos colocaría en la penosa situación de odiarnos los unos a los otros sin remedio.

 

Habiendo ya descifrado la pieza del código según la cual el humilde carpintero de Nazaret es Dios, este capítulo no tiene sentido. ¿Quién es Jesús para Jesús? parece una pregunta tonta; porque, si Dios no se conociera a sí mismo no sería Dios. Es más que obvio que Dios necesariamente ha de conocerse a sí mismo, de lo contrario dejaría de ser Dios. Él es el omnisciente, todo lo sabe y todo lo conoce: lo real, lo pasado, lo presente, lo futuro, lo posible, lo imposible y lo humanamente incomprensible. Por eso, precisamente, es Dios. En esencia es Dios porque sabe que lo es, se conoce a sí mismo como nadie más lo puede conocer.

 

Ahora bien, que un erudito como Pablo de Tarso afirme sin titubeos que el exótico Carpintero de Nazaret es Dios mismo (todo Dios empaquetado en un frágil container humano) constituye una sorpresa descomunal. Pensemos ahora, por un momento, lo que significa que el propio Carpintero, sin vacilaciones ni reservas, tenga la osadía de decir que él es Dios mismo, el Rey del universo, el Señor de la creación, Aquel a quien nadie se atreve a nombrar. ¡El Gran Quién Sabe! ¿Puede alguien hacer una declaración de tal naturaleza y pretender quedar impune entre judíos? ¡Oh, no, eso nunca! Pues bien, leamos lo que la Biblia misma nos informa.

 

«El Padre y yo somos uno». (Juan10:30)

 

(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Código Jesús, páginas 141-142)

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