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¿Puede un Hombre ser Dios?

No cabe duda, entonces: la tradición oral propia de la religión de los patriarcas, transmitida de generación en generación, iba sufriendo adaptaciones culturales que desembocaron en las mitologías y, a través de las fábulas paganas, se les atribuyó a personajes históricos algunas de las características del verdadero Hijo de Dios que vendría finalmente para cumplir las ancestrales expectativas de todos los hombres en todos los lugares y en todas las épocas anteriores a la encarnación. Desde tiempos inmemoriales se ha esperado a un redentor de la humanidad, hijo de Dios, nacido de una mujer virgen; y, por errores de apreciación, se lo ha identificado con algún personaje histórico determinado. Paul Tillich, el teólogo-frontera entre la modernidad y la posmodernidad, observa precisamente:

 

“Las diferentes formas que ha revestido la búsqueda del Nuevo Ser desembocan finalmente en Jesús como el Cristo”.

 

Dentro del complejo panorama del primer siglo, fue una ventaja para la naciente cristiandad que ese singular personaje llamado Pablo de Tarso pudiera conciliar en sus afectos y convicciones al judaísmo como poder espiritual y el imperio romano como poder político. Al ser acusado por los judíos, invocó de inmediato, con el pasaporte a la vista, su ciudadanía romana, de la cual él se sentía orgulloso. Era hasta cierto punto natural que un hombre de las características descritas reaccionara violentamente contra los cristianos, ya que estos amenazaban por igual al judaísmo en lo espiritual y al imperio romano en lo político.

 

Un médico e historiador de Antioquía, de nombre Lucas, escritor excelente y amigo íntimo del sanguinario personaje, describe bien las acciones de éste, en su documentado relato ‘Hechos de los Apóstoles’. Allí leemos en detalle un reportaje sobre el apedreamiento de Esteban, protomártir de la fe cristiana, y nos enteramos de que Saulo de Tarso en persona estaba al frente del asunto. Organizador de grupos que hoy llamarían ‘paramilitares’, el hombre hizo estragos contra los indefensos seguidores de Jesús:

 

«Saulo, por su parte, causaba estragos en la iglesia: entrando de casa en casa, arrastraba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel». ( Hechos 8:3)

 

(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Código Jesús, páginas 132-134)

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