No se puede juzgar a la obediencia como consejo, o como recomendación, o como sugerencia. La obediencia solo puede mirarse como mandamiento.
Obediencia a Dios. Jesús es, por supuesto, el mayor ejemplo de obediencia. Examinar sus reacciones nos ayudará enormemente a desarrollar esta escasa virtud en nuestra vida.
De nuevo lo tentó el diablo, llevándolo a una montaña muy alta, y le mostró todos los reinos del mundo y su esplendor. -Todo esto te daré si te postras y me adoras. -¡Vete, Satanás! -le dijo Jesús-. Porque escrito está: Adora al Señor tu Dios y sírvele solamente a él. (Mateo 4:8-10).
Aquí tenemos, ni más ni menos, el enfrentamiento definitivo entre la salvación y la condenación, entre la luz y las tinieblas. Es decir, entre Cristo y Satanás. Pero observemos cómo la confrontación es, en realidad, entre la rebelión y la obediencia. El primer desobediente no es un ser humano, es el antiguo comandante de las huestes angélicas, el portador de la luz, que se rebeló contra Dios, e inauguró la desobediencia en el Universo. En este pasaje vemos al gran desobediente enfrentado a Aquél que encarna la obediencia suprema, nuestro Señor Jesucristo. El diablo busca que le adoren y le sirvan y, al que se comprometa a adorarlo y a servirlo, le ofrece como contraprestación todos los reinos de la tierra. Jesús no se deja seducir, él es el mejor ejemplo de obediencia que el universo conoce y simplemente contesta: Solo a Dios hay que obedecer. ¿Qué es obedecer a Dios? Allí se dice: Adorarlo y servirlo. Por consiguiente, obedecer es adorar y servir, y toda forma de desobediencia, por pequeña que sea, por minúscula que parezca, es adoración satánica. Siempre que se incurre en un acto de desobediencia, se adora y sirve al príncipe de las tinieblas.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro Las Llaves del Poder, páginas 240-241)