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La Soledad Compartida | La Pureza

Ahora bien, el apóstol San Pablo, sistematizador de la doctrina cristiana, ha explicado a las claras que el matrimonio, simultáneamente con otras funciones específicas que tiene, es un poderoso escudo contra las tentaciones, un muro de contención frente a la inmoralidad sexual.

 

“El hombre debe cumplir su deber conyugal con su esposa, e igualmente la mujer con el esposo. La mujer ya no tiene derecho sobre su propio cuerpo, sino su esposo. Tampoco el hombre tiene derecho sobre su propio cuerpo, sino su esposa. No se nieguen el uno al otro, a no ser de común acuerdo, y solo por un tiempo, para dedicarse a la oración. No tarden en volver a unirse nuevamente; de lo contrario, pueden caer en tentación de Satanás por falta de dominio propio” (1 Corintios 7: 3-5).

 

Pese a tan claras instrucciones, es inquietante ver cómo el negarse a tener relaciones sexuales se usa a menudo a manera de castigo o desquite por actuaciones del cónyuge. Actitud semejante solo contraría el plan de Dios, pues  en una pareja de creyentes todo ha de hacerse de mutuo consentimiento. Para los cristianos la unión conyugal debe ser la tumba del machismo y el feminismo por igual. Se sobreentiende que el matrimonio no es un simple biombo detrás del cual pueda practicarse toda clase de aberraciones sin límite alguno; deleitarse no significa mancillarse.

 

“La voluntad de Dios es que sean santificados; que se aparten de la inmoralidad sexual; que cada uno aprenda a controlar su propio cuerpo de una manera santa y honrosa, sin dejarse llevar  por los malos deseos como lo hacen los paganos, que no conocen a Dios” (1 Tesalonicenses 4:3-5).

 

¿Permitiría usted que su pastor alquilara el tempo de su iglesia para ser usado como discoteca, bar, expendio de drogas o burdel? No, desde luego, su destinación exclusiva es la de un lugar de culto a Dios. De igual manera, siendo su cuerpo el templo viviente del Espíritu Santo, ¿cómo degradarlo para actividades viles, contrarias a las que su propio Morador desea que tenga?

 

(Darío Silva-Silva. Extractado del libro Sexo en la Biblia, páginas 212-214)

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