Este no es un libro de crítica literaria ni artística, pero debe ocuparse de esos temas para completar su marco teórico. Cerrar ojos y oídos a las expresiones culturales que la circundan, ha hecho de la Iglesia Evangélica un jugador de fútbol en permanente off-side, con un récord de goles anulados. Además, su ignorancia del smog medioambiental, hace que lo respire y se intoxique con él sin darse cuenta. Quienes no nacimos dentro de la nube de gracia sino llegamos a ella desde afuera, percibimos cosas que pasan inadvertidas a los evangélicos nativos; y es nuestra obligación compartir tales observaciones, con la humilde esperanza de que haya buena voluntad en quienes las reciben. Gran parte de los fenómenos que hoy afronta la iglesia cristiana procede de una incomprensión sobre las relaciones entre el cristianismo y la cultura.
* El sobrenaturalismo, en el cual forman mayoritariamente gentes supersticiosas, menosprecia lo cultural.
* El naturalismo, integrado sobre todo por materialistas, lo sobrevalora.
Valdría la pena, colocar las cosas en su sitio adecuado. Veamos:
* El cristianismo no es cultural. Pretender que la fe hace parte de la cultura es una negación de la trascendencia divina sobre el acontecer humano.
* El cristianismo no es anticultural. Sostener que la fe contradice a la cultura, debe atacarla o menospreciarla, es invalidar la eficacia del cristianismo para encauzar la sociedad.
* El cristianismo no es transcultural. Transculturización es mestizaje. O sincretismo, si se prefiere esta palabra. Es lo que ha hecho el catolicismo romano al introducir ornamentos, liturgias y creencias paganos en su sistema. Es el camino que empiezan a tomar algunos grupos derivados de la Reforma.
* El cristianismo no es acultural. Predicar la indiferencia de la fe frente a la cultura es invalidar la responsabilidad cristiana para producir cambios sociales.
Es indispensable hacer una lectura cristiana de la realidad pagana, como la Teología moderna lo propuso hace ya medio siglo.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Reto de Dios, páginas 161-162)