El silencio en la tribulación. El libro de las Lamentaciones es una escritura amarga, muy poética y profundamente espiritual. ¿Qué es lo que ha sucedido? Jeremías vio cumplido todo lo que profetizó. Los ejércitos de Nabucodonosor vinieron como langosta bélica. La ciudad de Jerusalén, donde el profeta se ha quedado a vivir, está desolada, no ha quedado en ella piedra sobre piedra. El templo destruido; los edificios gubernamentales, incendiados; la gente llevada cautiva a Babilonia. Jerusalén es convertida en una morada de animales salvajes, de chacales y liebres, de ratas y topos. Hay hedor de los cadáveres, pues los babilonios incluso masacraron a niños recién nacidos pasándolos a filo de espada. Cosa terrible el juicio de Dios sobre la ciudad. Allí está Jeremías en medio de esta caótica situación, y ¿qué dice?
Bueno es esperar calladamente a que el Señor venga a salvarnos. Lamentaciones 3:26.
En medio de tanto dolor, de tantas cenizas, de tantas ruinas de la ciudad deleitosa convertida en un montón de escombros, el profeta exalta el poder del silencio. Jeremías observa que su palabra se ha cumplido. El hizo el trabajo de Dios, pero está muy triste, lamentándose. Por eso su libro es terrible. No obstante la columna vertebral de Lamentaciones dice: Es bueno esperar en silencio. En medio de la tribulación hay que guardar silencio, entiende Jeremías. Como ilustración, examinaremos algunos versos de este poeta angustiado.
Yo soy aquel que ha sufrido la aflicción bajo la vara de su ira. Me ha hecho andar en las tinieblas; me ha apartado de la luz. Una y otra vez, y a todas horas, su mano se ha vuelto contra mí. Me ha marchitado la carne y la piel; me ha quebrantado los huesos. Me ha tendido un cerco de amargura y tribulaciones. Me obliga a vivir en las tinieblas, como a los que hace tiempo murieron. Me tiene encerrado, no puedo escapar; me ha puesto pesadas cadenas. Por más que grito y pido ayuda, él se niega a escuchar mi oración. Ha sembrado de piedras mi camino; ha torcido mis senderos. Me vigila como oso agazapado; me acecha como león. Me aparta del camino para despedazarme; ¡me deja del todo desvalido! Con el arco tenso, me ha hecho el blanco de sus flechas. Me ha partido el corazón con las flechas de su aljaba. Soy el hazmerreír de todo mi pueblo; todo el día me cantan parodias. Me ha llenado de amargura, me ha saturado de hiel. Me ha estrellado contra el suelo; me ha hecho morder el polvo. Me ha quitado la paz, ya no recuerdo lo que es la dicha. Y digo: La vida se me acaba, junto con mi esperanza en el Señor. Lamentaciones 3:1-18.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro Las Llaves del Poder, páginas 229-231)