Tal fue el caso de los negros que decidieron adoptar el Islam por oposición al ‘cristianismo blanco’ que algu-nos promovían erróneamente. Malcolm X fundó un grupo radical islámico en la era kennediana, cuando comenzaron a proliferar las mezquitas en las grandes megalópolis. Un poco después, el Tío Sam recibió un severo nocaut: el prodigio del ring Cassius Clay, idolatrado por muchedumbres fanáticas del boxeo, dejaba su nombre por el islámico de Mohamed Alí, al haber adoptado tal religión.
Después de esta célebre apostasía, muchos negros distinguidos han optado por el mismo camino. Según dijo entonces, como explicación, el flamante deportista, Clay había sido el apellido del amo esclavista de sus an-tepasados y propietario de sus tatarabuelos y, por lo tanto, el cristianismo era una religión discriminatoria y opresiva. Otros ídolos de la cultura física trocaron la cruz por la media luna: O.J. Simpson y Mike Tyson, para mencionar dos casos protuberantes, ambos con un prontuario delictivo notable.
Hace pocos años el coronel Kadafi ofreció a Louis Farrakhan, también convertido al Islam, mil millones de dólares para ser utilizados en beneficio de comunidades negras necesitadas dentro de los propios Estados Unidos. La Casa Blanca impidió tal transacción económica, porque los fondos provenían de Libia, un Estado conocido como terrorista. Ante este desconcertante fenómeno, el propio Montaner, ya mencionado atrás, muestra su alarma por la deserción de los negros:
Descristianizarlos no los va a enriquecer espiritualmente: por el contrario, los alejará de la meta que persi-gue casi todo el planeta. Los va a debilitar, colocándolos en un extraño ‘apartheid’ cultural absolutamente estéril. Los marginará tanto, aunque de otra manera, como antes los segregaban los racistas.
Lo que ocurre a algunos negros respecto al Islam, ocurre a muchos blancos, amarillos y mestizos respecto a las sectas. Las enormes oleadas migratorias que arriban a este país desde los cuatro puntos cardinales traen incorporados sistemas religiosos antiguos y modernos repelentes al cristianismo; cuando no propician y facilitan la insurgencia de nuevas formas religiosas adversas al evangelio o marginales a él.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Eterno Presente, página 126-127)