Es precisamente en el campo espiritual donde Jesús quiere ubicar a aquellos provincianos que lo han buscado con tanta diligencia. Ellos tenían grabado en el ‘disco duro’ de su inconsciente colectivo el dato de que sus antepasados habían recibido directamente “pan del cielo” para alimentarse durante la penosa travesía del desierto; pero no sabían, y Jesús se lo aclara, que el maná dado por medio de Moisés no era el verdadero pan del cielo.
Sin embargo, eran tan torpes que ni siquiera caían en la cuenta de claves elementales. No se percataron, por ejemplo, de cómo el personaje que discutía con ellos en esa ocasión, había nacido en la ciudad de Belén, nombre que significa directamente “casa de pan”. ¿No es esta una clave? Aquel diálogo se torna rápido y cortante:
«El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. —Señor —le pidieron—, danos siempre ese pan. —Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed.
(Juan 6:33-35)
Un momento. No estamos aquí para discusiones teológicas, simplemente queremos saber cómo se llenan nuestros refrigeradores y alacenas; y ahora, este Carpintero loco quiere convencernos de que él ha bajado directamente del cielo; más aún, aunque lo vemos como un muchacho común y corriente, dice que no es un hombre sino un pan. Esto parece una película surrealista diez y nueve siglos antes de Luis Buñuel.
«Ciertamente les aseguro que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Los antepasados de ustedes comieron el maná en el desierto, y sin embargo murieron. Pero éste es el pan que baja del cielo; el que come de él, no muere. Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva. Los judíos comenzaron a disputar acaloradamente entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
—Ciertamente les aseguro —afirmó Jesús— que si no comen la carne del Hijo del hombre ni beben su sangre, no tienen realmente vida. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él».
(Juan 6:47-56)
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Código Jesús, páginas 164-166)