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El Proveedor es la misma provisión

 

Lastimosamente, aquella multitud, de la cual formamos parte todos sin excepción, no busca a Jesucristo para decirle: -Queremos escuchar otro de tus sermones para alimentar nuestros espíritus. Lo único que aquellos amotinados  —nosotros mismos— querían —queremos— es que Jesús les llenara —nos llene— las panzas. Lo dice el refranero: “Barriga llena, corazón contento”. Bíblicamente hablando, “comamos y bebamos que mañana moriremos”, como escribió Isaías.

 

Cierto que el pan es necesario para la vida; tanto que, después de la desobediencia original,  los descendientes de Adán hemos tenido que ganarlo con el sudor de la frente. En buen romance, “ganarse el pan” es trabajar. La propia palabra pan es, simplemente, en todos los idiomas y todas las culturas, el símbolo por antonomasia de la alimentación.

 

El pan tiene, además, connotaciones sagradas. Desde los tiempos más remotos, el culto a los dioses lo ha incorporado  como parte de las ceremonias religiosas. Melquisedec, rey de Salén  y sacerdote del Dios altísimo, bendice a Abraham mediante la ofrenda de pan y vino, como una misteriosa contraseña.

 

«Y Melquisedec, rey de Salén y sacerdote del Dios altísimo, le ofreció pan y vino. Luego bendijo a Abram con estas palabras: “¡Que el Dios altísimo, creador del cielo y de la tierra, bendiga a Abram! ¡Bendito sea el Dios altísimo, que entregó en tus manos a tus enemigos!”. Entonces Abram le dio el diezmo de todo».

 (Génesis 14:18-20)

 

Para conectarse con Baal, los cananeos comían un muñequito de pan que era el cuerpo mismo de su dios, según ellos creían. Hay quienes afirman que la palabra caníbal es una formación —o deformación— que significa originalmente: “el cananeo que se come a Baal”. Se utiliza este argumento para combatir la creencia supersticiosa en la transubstanciación.

 

Ahora bien, en el rito judío, los llamados ‘panes de la proposición’ eran doce porciones, cocidas en vasos especiales, que se ofrecían y colocaban en el tabernáculo todos los sábados, cabalmente en memoria de las doce tribus de Israel.

(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Código Jesús, páginas 163-164)

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