EL DAÑO MENTAL
Como la palabra aborto asusta, algunos prefieren usar el eufemismo “interrupción del embarazo”. Una investigación de The Allan Guttmacher Institute de Nueva York y Washington arroja cifras alarmantes sobre la abundancia del aborto clandestino en América Latina en medio de aterrador silencio, ya que en los países de la región esta práctica es castigada por la ley, con excepción de Cuba, donde se halla legalizada. El aborto está diseminado entre mujeres de todas las capas sociales y condiciones, desde la terminación del embarazo en clínicas bajo la vigilancia de personal calificado, hasta el uso de procedimientos peligrosos aplicados por personas carentes de conocimientos médicos y el intento de las mismas mujeres por interrumpir el embarazo por medios folclóricos como hierbas abortivas, exceso de actividades físicas y algunas formas de violencia.
Lacera el corazón la imagen de mujeres que han pasado por la experiencia del aborto provocado, la mayoría de las veces obligadas por sus parejas (esposo, novio, amante, amigo). Otras, abandonadas. No pocas adolescentes fueron violadas por sus propios padres, abuelos, padrastros, hermanos mayores, familiares, amigos de la casa, etc. O, simplemente, embarazadas por un compañero de la escuela en una relación casual, juvenil e irresponsable. En el aspecto psicológico, casi siempre es irreparable el daño mental que padece una mujer en tales condiciones, pues desarrolla un gran sentimiento de culpabilidad, al tener conciencia de que fue partícipe de un delito cometido en su propio cuerpo. Con su autoestima en el piso, se considera usada, engañada, abandonada, como un objeto sin valor. Sumida en profunda soledad, se torna desconfiada y protagoniza episodios de agresividad, que hacen necesario el tratamiento psicológico. La iglesia no puede centrar su atención únicamente en los problemas médico, epidemiológico o sociológico, sino enfocarse en el ser humano como tal. Una de las principales causas de la actual falta de orientación en estas materias, se origina en la desinformación sobre el erotismo y la sexualidad en las congregaciones evangélicas, que ha sido lamentable en extremo. (En este preciso instante mi nieta Sofía le lanza a su abuela la pregunta del millón de dólares: -Oye, ¿por qué mis papás no me invitaron a su boda? Ella ha visto que otra niña sí pudo concurrir al enlace de sus padres.) Hay indicadores de nuevas tendencias positivas que reclaman alguna fuerza catalizadora y la iglesia debería proporcionársela. Sorprende gratamente encontrar en vastos sectores de la juventud contemporánea cierta inclinación al regreso que reafirma el matrimonio como institución.
Darío Silva-Silva. Extractado del libro Sexo en la Biblia, páginas 172-174)
VISIÓN INTEGRAL
(Antología de textos de nuestro pastor presidente)