EL AMOR NO SE HACE (Parte 3)
El ser humano es, sin dudas, un animal puesto que tiene alma y cuerpo, pero no es solo eso, sino propiamente un espíritu que se manifiesta por medios psicosomáticos. Por lo anteriormente expuesto, ese ser entiende en el ejercicio del erotismo una forma de cumplir la voluntad de su Creador en cuanto a la preservación de la especie; pero, además, encuentra en aquel un vehículo idóneo para la expresión del amor y la conquista del deleite como un sagrado derecho. La persona espiritual recibe el regalo divino de la sexualidad bajo unas leyes que lo dignifican e, incluso, lo hacen más efectivo y placentero, porque es un acto de auténtico amor y no una simple animalada fisiológica.
UNA GUERRA SUCIA
En medio del desbarajuste erótico global, el embarazo y el Sida parecen ser los dos únicos terrores de la juventud, y los medios de comunicación se encargan de presentarlos ante las masas como enemigos de la felicidad. Centrándose casi con exclusividad en el riesgo del VIH, nos vemos abrumados por una enorme cantidad de anuncios comerciales sobre condones, y todo el mensaje que vemos y oímos es este: practica la fornicación sin riesgos. Es muy frecuente la presentación de diálogos periodísticos con jóvenes envueltas en el engaño de que el sexo no es malo cuando hay amor, como si el amor fuera solamente placer erótico. Paradójicamente, todas estas niñitas se declaran en contra de la prostitución. Más grave aún es el caso de respuestas ya generalizadas de las mamás posmodernas, convencidas de que la decisión en estas materias corresponde a su hija, quien libremente debe optar por hacerlo o no, y que la única tarea de una madre responsable es enseñarle a su heredera cómo cuidarse para no quedar embarazada. Si esto llegara a suceder, ella sin duda sería muy severa con su niñita.
Algunos eruditos gastan su tiempo en inventar, promover y polemizar sobre los medios preventivos contra el embarazo y el Sida, y su única preocupación es lograr que los jóvenes puedan “hacer el amor” sin riesgos, a tiempo que los padres asumen como su exclusivo deber instruir a sus hijos para que no embaracen, si son varones; no se dejen embarazar, sin son hembras; y, en los dos casos, para evadir las posibilidades del contagio.
Es interminable el desfile por hospitales, clínicas, dispensarios y otros lugares, de mujeres maduras, muchachas y, en muchos casos, niñas arriesgando sus vidas en la práctica de un aborto, o dando a luz solitarias a sus bebés, sin un ramo de flores como señal de gozo, ni un marido hecho un nudo de nervios, esperando el momento de abrazarlas junto al recién nacido.
Darío Silva-Silva. Extractado del libro Sexo en la Biblia, páginas 170-172)
VISIÓN INTEGRAL
(Antología de textos de nuestro pastor presidente)