No puedo declararme evolucionista, porque nadie me ha enseñado la prueba reina: algún eslabón perdido de alguna especie a alguna otra. Personalmente me produce escalofríos la sola suposición de que mi existencia haya trasegado por millones de años en una cadena ascendente piedra – alga – pez – anfibio – reptil – cuadrumano – hombre – dios. Reencarnación y evolución tienen más en común de lo que se ha advertido hasta el momento. La evolución pretende ser perfeccionamiento biológico; la reencarnación, perfeccionamiento espiritual. Pero, ¿cómo podría darse esto sin aquello? Y es lamentable que en el ámbito educativo latinoamericano se enseñen por igual reencarnación y evolución como si fueran leyes indiscutibles.
Charles Darwin quiso sustentar su insustentable teoría a base de imprecisiones: El afirmó, por ejemplo, que los yaganes de la Tierra del Fuego carecían de toda idea religiosa; pero el sacerdote católico Mariano Izquiero Gallo, en su Mitología Americana, reveló cómo estas tribus, no solo tenían desarrollado un sistema espiritual completo, sino que – ¡asómbrense ustedes!- eran monoteístas. (1) Y a propósito, Latinoamérica -con su acción de efecto retardado- no se informó aún de que el fracaso del materialismo y el evolucionismo, incapaces de demostrar con evidencias las suposiciones que dieron por verdades, ha situado la ciencia de la post-modernidad ante hechos contundentes. Nadie pudo mostrarnos el eslabón perdido, porque ni es eslabón ni está perdido: sencillamente no existe. Ciencia es evidencia, no conjetura. A este respecto J. H. Jauncey, en su polémica con el evolucionismo, dice:
Cuando una teoría científica se cristaliza en ley, tal como la de la relatividad, habla por sí misma. Es con frecuencia asunto de consternación para los estudiantes en esta rama del saber, que después de cien años de investigaciones biológicas, la evolución es todavía una teoría y no una ley.(2)
En defensa de la evolución es pueril argumentar, como se ha hecho, que la palabra orangután, en malayo, significa «el hombre que vive en el árbol», pues que los indios tunebos creían que el oso fue un intento fallido del dios Cira por crear al hombre. Y ¿dónde está el eslabón perdido espiritual? ¿En qué momento el antropoide alzó las garras y gruñó: Abba Padre?
(1) Mariano Izquierdo Gallo. C.M.F. Mitología Americana. Editorial Guadarrama, Madrid. 1956. Pág. 25.
(2) J.H. Jauncey, La ciencia retorna a Dios, versión española por Ana María Swenson, Editorial Mundo Hispano, 1981, p.51.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Reto de Dios, páginas 133-134)