Al margen de consideraciones científicas, la Palabra de Dios es muy explícita sobre estos temas, pese a la renuencia que algunos sectores muestran a reconocerlo:
“La palabra del Señor vino a mí: Antes de formarte en el vientre, ya te había elegido; antes que nacieras ya te había apartado; te había nombrado profeta para las naciones” (Jeremías 1: 4-5).
Esta Escritura, favorita del predestinacionismo, dice bien a las claras que el ser humano es ya una persona en la mente de Dios antes de formarse en la matriz de la madre. En otras palabras, que un embrión es alguien a quien ya Dios conocía antes de su formación, lo cual demuestra que el aborto es un asesinato. El salmista, por su parte, es muy preciso sobre la materia:
“Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien! Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido. Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos” (Salmo 139: l3-l6).
¡Asombroso! En el libro de Dios está escrito desde toda la eternidad cada detalle que se forma en la matriz femenina durante el embarazo. Pero no olvidemos que el desarrollo del Cristianismo se inició dentro del Imperio Romano, cuyo Derecho sostenía que el embrión era parte del cuerpo materno -no otro ser sino en el momento del nacimiento- y consideraba al aborto como la simple amputación de un órgano perteneciente a la madre, práctica admitida por la ley tanto en Grecia como en Roma. Andando el tiempo, cuando las tribus bárbaras invaden el Imperio, introducen la novedad de que el aborto sea permitido en todos los casos, salvo cuando haya habido violencia contra la madre para producirlo. Es verdad sabida que el Cristianismo aporta los elementos bíblicos a la cultura greco-romana, primero; y, después, a la celto-germánica, fusionándolas todas.
Darío Silva-Silva. Extractado del libro Sexo en la Biblia, páginas 179-181)