El doctor Jack Willke y su esposa Bárbara, durante muchos años directores del programa radial “Life Issues”, realizaron profundos estudios sobre el tema, de los cuales se desprende que todos fuimos un óvulo fertilizado que creció y se desarrolló, al cual solo se le agrega, desde el vientre hasta la tumba, nutrición. El diminuto ser humano se adhiere al revestimiento nutritivo del útero materno al cumplir una semana de vida. A los diez días, afecta con un mensaje químico-hormonal a la madre, interrumpe la menstruación de esta, hace que sus pechos crezcan, distiende las articulaciones de la pelvis y determina, en una decisión unilateral, el día de su parto. Entre los diez y ocho y los veintiún días empieza a bombardear, en un sistema circulatorio cerrado, sangre de tipo diferente al de la madre. A los cuarenta días el electroencefalograma registra sus ondas cerebrales. A la sexta semana, si se estimula la región de los labios, se inclinará hacia un lado y sus brazos retrocederán brevemente. A la octava, si pellizcamos su nariz, flexionará la cabeza hacia atrás.
Otros datos científicamente comprobados son los siguientes: a las seis semanas y media surgen todos los esbozos de los veinte dientes de leche; a la octava, están presentes todos sus sistemas corporales y las ecografías muestran que algunos fetos ya se chupan el dedo; entre las nueve y diez, mira de reojo, deglute, mueve la lengua y es capaz de cerrar el puño. Al alcanzar las semanas once a doce, ya respira líquido amniótico en forma sostenida y continua hasta el momento del nacimiento, cuando empezará a respirar aire. En la onceava semana puede tragar. Las uñas y las pestañas le brotan entre las semanas doce y dieciséis. El sentido de la audición aparece a las catorce semanas de la concepción, lo cual significa que el cerebro funciona con pautas de memoria. El minucioso escrutinio anterior no deja dudas sobre la existencia de la individualidad desde el momento de la concepción.
Darío Silva-Silva. Extractado del libro Sexo en la Biblia, páginas 178-179)