Dios Fertiliza lo Estéril | Presciencia (Parte 2)

En asuntos de natalidad, hubo siempre la idea de que el embrión es una persona dotada de espíritu, alma y cuerpo desde el momento mismo de su concepción. Pese a ello, a lo largo de la Edad Media, época de grandes discusiones, algunos padres de la iglesia produjeron choques entre la ley romana y la verdad bíblica. Curiosamente, Tomás de Aquino afirmó que el alma de los niños varones entraba en el feto a los cuarenta días de la concepción, en tanto que la de las niñas, solo lo hacía a los ochenta. Comoquiera que sea, es evidente que antes de ser diminutos embriones, Dios ya nos conocía, y en su Libro estaban escritas todas aquellas cosas que después se formaron en los vientres de nuestras madres, sin faltar una sola.

 

Un salto temporal nos muestra que en la deshumanizada Francia el aborto fue legalizado en 1973, y en los descristianizados Estados Unidos en 1974, con el criterio de que el cuerpo de la mujer pertenece a ella misma en forma autónoma. Tal idea difiere de San Pablo cuando este dice a los corintios que el cuerpo de la mujer casada le pertenece al marido; en el caso de que no lo tenga, aunque el cuerpo le pertenezca a ella, no así el de un ser distinto que se está formando en su vientre. Que la mujer tenga la posibilidad de elegir, es una insidia de demógrafos desvergonzados. ¿Elegir qué? Dios dijo: ‘No matarás’, y el aborto es un asesinato. El ya citado San Pablo, como no puede ser de otra manera, coincide con Jeremías:

 

“Sin embargo, Dios me había apartado desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia” (Gálatas 1:15a).

 

Imaginemos por un momento si se le hubiera ocurrido a la madre de Pablo concurrir a una clínica de abortos en Tarso, ¿dónde estaríamos nosotros sin el apóstol de los gentiles? Siempre me ha conmovido hasta las lágrimas el relato de Lucas en su maravilloso Evangelio, cuando la bienaventurada virgen María, ya encinta por obra del Espíritu Santo, visita a su parienta Elizabet, quien, a su turno, está embarazada de Juan el Bautista. Si lo que ellas portan en sus vientres no son personas completas con espíritu, alma y cuerpo, formadas por propósitos de Dios, ¿cómo se explica esta ocurrencia?:

 

“Pero, ¿cómo es esto, que la madre de mi Señor venga a verme? Te digo que tan pronto como llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de alegría la criatura que llevo en el vientre” (Lucas 1: 43-44).

 

Misterio de misterios, el Espíritu Santo comunica al espíritu del pequeño Juan, dentro de Elizabet, que aquel que gestaba en el útero de su prima era precisamente el Mesías que él tendría la obligación de anunciar a las naciones.

 

Darío Silva-Silva. Extractado del libro Sexo en la Biblia, páginas 181-183)

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