MALTUSIANISMO
Hasta tiempos relativamente recientes nadie se preocupaba por limitar el número de los hijos, pero todos buscaban métodos para escoger su sexo. Parece un chiste, pero Aristóteles aconsejaba la cohabitación cuando soplaba viento del norte para engendrar varones, y del sur, para concebir mujeres. En Europa Central algunos campesinos acostumbran dejarse puestas las botas durante el trato carnal si desean engendrar un varoncito y, obviamente, se descalzan si desean una mujercita. En zonas rurales de los Estados Unidos se tiene por infalible el método de colgar los calzones a la derecha de la cama si se quiere un hijo, y a la izquierda, si se procura una hija.
Agüeros aparte, el doctor Landrun Shettles, del Centro Médico Columbia-Presbyterian de Nueva York, descubrió que los ginospermatozoides productores de hembras sobreviven tres días a la ovulación en ambiente ácido; en tanto que los androespermatozoides productores de machos solo perduran durante la ovulación en ambiente alcalino; se ha creído, entonces, que la relación sexual antes, durante o después del período de ovulación podría determinar el sexo de los hijos. Un Ogino más específico. El pensador judío Max Nordau ambicionaba “la mejor mujer para el mejor hombre y para los hijos el mundo”.
Entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, vivió en La Gran Bretaña un pastor protestante y economista de campanillas, el popular Tomás Malthus, quien ha sido incomprendido y calumniado. El escribió un famoso ensayo sobre el principio de población, en el cual habló del crecimiento del capital y de la gente, y advirtió que, de no haber aumento de empleos, la humanidad entraría en un cuello de botella. Malthus solo interpretó lo que dice la Biblia:
“Donde abundan los bienes, sobra quien se los gaste” (Eclesiastés 5:11ª).
El nombre del hermano Malthus ha sido llevado y traído por economistas y sociólogos y algunos identifican en lo que llaman “maltusianismo” una manera de propiciar la guerra y la peste como métodos de control poblacional. Malthus no dijo eso, sino que la guerra, la peste y las catástrofes eran defensas de la naturaleza misma ante la explosión demográfica. Deplorablemente, algunos de sus discípulos pasaron de la planificación económica a la planificación familiar, y allí empezaron los problemas.
Salvo extremistas que nunca faltan, los cristianos creemos que el número de hijos debe ser acordado por cada pareja matrimonial en conciencia, bajo la guía del Espíritu Santo y por métodos no abortivos. Al decirse “en conciencia” debe sobreentenderse “recta conciencia”; cuando se hace bajo mala conciencia, o conciencia corrompida, la planificación es una inconsciencia y, desde luego, un pecado. Por lo tanto, las parejas deben colocarse, en todo caso, bajo la guía de un pastor sabio que pueda despejar sus dudas, ya que es muy difícil trazar reglas rígidas al respecto. Por ejemplo, la estrechez económica no es, por si sola, un motivo de control natal.
Darío Silva-Silva. Extractado del libro Sexo en la Biblia, páginas 186-188)