Pasando a otro tema, hay personas estériles desde el punto de vista de la genética, hombres que no engendran, mujeres que no conciben; y la teología de algunos grupos, sobre todo los reproduccionistas, está muy perturbada con este asunto. ¿Cómo decirle a una persona estéril que estará en pecado cuando se una sexualmente con su pareja, a sabiendas de que no pueden tener hijos? Es una aguda pregunta, en la cual sale involucrado en persona el mismísimo Abraham, al igual que muchos hombres y mujeres santos que tuvieron –y tienen- ese problema, sin que nadie sensato pueda acusarlos de pecado en el ejercicio de las relaciones conyugales. Pero Dios fertiliza lo estéril, como es fácil demostrarlo a través de una serie rapidísima de ejemplos bíblicos. Sara, mujer del padre de la fe, era de vientre estéril; pero, a la avanzada edad de noventa años, siendo su esposo casi de cien, fue fertilizada milagrosamente por el poder de Dios y parió a Isaac, llamado por esa causa “el hijo de la promesa”. Este, por su parte, contrae matrimonio con Rebeca, quien padece la misma anomalía; una vez más, el Dios de los imposibles se manifiesta milagrosamente y, como si quisiera abundar en demostraciones de poder, bendice a la pareja con gemelos: Esaú y Jacob, troncos patriarcales de dos naciones numerosas.
Jacob, por su parte, profundamente enamorado de su prima Raquel, paga un altísimo precio por ella: catorce años de duro trabajo, con el deprimente resultado de que el amor de su vida es estéril; Raquel, mujer de fe, deposita el asunto en manos de Dios y él, una vez más, hace resplandecer su omnipotencia como respuesta a la oración: La estéril se convierte en madre de José y Benjamín, dos patriarcas claves en la historia nacional del pueblo de Israel.
En la época turbulenta de los Jueces, la mujer de un varón llamado Manoa adolece de idéntica limitación: esterilidad; Dios le envía un ángel para darle la buena noticia de que su matriz servirá al propósito divino de darle a la nación en servidumbre un libertador. Así nace Sansón, quien rompe las cadenas del yugo filisteo sobre sus connacionales.
Uno de los personajes de más alto relieve de la Biblia es Samuel, el último de los jueces y el primero de los profetas, cuya vida fue posible porque su madre Ana, mujer de matriz infértil, oró clamorosamente al Señor y obtuvo abrumadora respuesta. Sí, Dios fertiliza lo estéril. De ello es prueba poderosa, así mismo, una historia que nos toca muy de cerca en la frontera espiritual definitiva, donde se cierra el a.C. para que el d.C. haga posibles todas las cosas. Un sacerdote llamado Zacarías se hallaba en situación idéntica a la de sus antecesores ya mencionados: estaba casado con una mujer estéril; pero el Dios de los imposibles envía un ángel a darle buenas noticias:
“El ángel le dijo: -No tengas miedo, Zacarías, ha sido escuchada tu oración. Elisabet te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan” (Lucas 1:l3).
Y, por cierto, de este Juan dijo el propio Redentor expresamente que era el más grande de todos los nacidos de mujer.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro Sexo en la Biblia, páginas 200-202).