Meditemos ahora en el plan siniestro de las tinieblas para eliminar la vida del Mesías: el decreto real que ordenó el infanticidio colectivo comúnmente llamado “matanza de los inocentes”. El niño que Satanás quiso asesinar a través de Herodes es el fruto del más bello embarazo que la historia conoce:
“¿Cómo podrá suceder esto le preguntó María al ángel- puesto que soy virgen? –El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Así que al santo ser que nacerá lo llamarán Hijo de Dios” (Lucas 1:34-35).
De esta manera se hizo hombre el Autor de la vida, para librarnos de la muerte. El aborto es muerte. Satanás tiene el imperio de la muerte. Históricamente, sin embargo, en medio de los genocidios, los predestinados superviven: Faraón no pudo truncar la vida de Moisés. A Herodes le fue imposible matar a Jesús. Tampoco pudo hacerlo con Pedro, Andrés, Juan y Jacobo, Simón el zelote y Tomás el Dídimo; pues en la matanza de los inocentes podían estar incluidos los apóstoles y todos los que, siendo sus contemporáneos, fueron objeto del ministerio directo de Jesús en su tiempo: Lázaro el resucitado, Bartimeo el ciego, Nicodemo el intelectual, Zaqueo el millonario.
Hoy, como en los tiempos de Faraón y en los de Herodes, Satanás quiere exterminar a los niños. Siempre que se aproxima un avivamiento espiritual, ocurre otro tanto. ¿Será esta la razón por la cual el sacrificio inmisericorde de bebés se halla tan difundido en nuestra época? Quizás estemos a vísperas de un gran acontecimiento, presidido por aquel de quien se ha escrito:
“Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él también compartió esa naturaleza humana para anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte –es decir, al diablo-, y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida” (Hebreos 2:l4-l5).
El control poblacional, la contracepción sin límites y el aborto, sumados a la desnutrición, las epidemias y la guerra mantienen a la especie humana bajo un incesante holocausto infantil. Es deber de la iglesia proteger a los pequeños sobrevivientes de hoy, y a los que se hallen en camino, para garantizar la nueva sociedad que prepare la manifestación definitiva del Dios de la vida.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro Sexo en la Biblia, páginas 203-204)