Se trata, pues, de un hombre con todo lo que tal condición implica. De hecho, una revisión cuidadosa de su biografía, dada en los libros del Nuevo Testamento, arroja completa luz al respecto. En primer lugar, es evidente que nació de una mujer, lo cual informa Pablo (Gálatas 4:4). Todo el que es parido de un vientre femenino es, necesariamente, un ser humano. Además, no cabe duda de que crecía física e intelectualmente, como lo atestigua el famoso médico de Antioquia: «Jesús siguió creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez más gozaba del favor de Dios y de toda la gente». (Lucas 2:52)
Soportaba, sin lugar a dudas, todas las limitaciones propias de la naturaleza humana y compartía los problemas ordinarios que todos enfrentamos sin remedio. Su famoso encuentro con la mujer samaritana no deja dudas al respecto (Juan 4:6,8) Veamos algunas cosas significativas:
- Se cansaba: “Fatigado del camino” (v.6)
- Sentía hambre: “Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida”. (vv.7,8)
- Padecía sed: “En eso llegó a sacar agua una mujer de Samaria y Jesús le dijo: —Dame un poco de agua” (vv.7,8)
Hay otros relatos en los cuales la humanidad de Jesucristo es patente, a menos que quien los recibe sufra de sordera, en cuyo caso es innecesario cualquier intento de convicción. Hay que lograr, antes, que los oídos se abran a la evidencia. Ciertamente, “no hay peor sordo que el que no quiere oír”. He aquí dos datos irrefutables:
—Primero: Se airaba. Un día entró al templo con un látigo en la mano, expulsó a los mercaderes religiosos, regó por el piso el dinero de los negocios piadosos y volcó la estantería estrepitosamente. (Juan 2.15). La ira es, ciertamente, una emoción humana, que llega a ser pecado solo cuando no hay justicia plena en su motivación.
—Segundo: Lloraba, lo cual hizo, para citar un ejemplo ya analizado en este libro, cuando se detuvo ante la tumba de su amigo Lázaro. (Juan 11:35). No se diga que el llanto no es algo propio del ser humano, aunque alguien pudiera argumentar que existen también, las llamadas “lágrimas de cocodrilo”.
Jesús de Nazaret es, pues, un hombre integral dotado de espíritu, alma y cuerpo, como queda claro en varias porciones bíblicas que resuelven el tema satisfactoriamente. Hemos visto que tenía un cuerpo físico (soma) que se cansaba, sentía sed y hambre; estaba dotado de un alma (psyche), que lo hacía llorar y airarse, y que, también, lo llevaba a la depresión: “Es tal la angustia que me invade que me siento morir”. (Mateo 26:38).
Para completar el cuadro, estaba dotado de un espíritu humano, lo cual es evidente cuando, en el momento de su muerte en la cruz, le entrega su espíritu (pneuma) al Padre (Lucas 23:46). Ahora bien, la clave reina de su humanidad es que pudo morir.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Código Jesús, páginas 156-157)