Los escritores del Nuevo Testamento le salieron al paso, con gran diligencia, a toda pretensión deshumanizadora del Hijo de Dios. El apóstol Juan, por ejemplo, escribe su primera epístola para refutar a quienes veían en Jesús un ángel o un eón despojado de humanidad aunque pareciera o apareciera en forma humana: él mismo, personal y directamente, lo vio, lo oyó y lo palpó a través de sus órganos de los sentidos. «Lo que ha sido desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos, esto les anunciamos respecto al Verbo que es vida» ( 1 Juan 1:1)
Más adelante, el propio Juan entrega una clave infalible para identificar a los falsos profetas, que en su época abundaban y hoy constituyen un fenómeno que ha pasado rápidamente de epidemia a endemia y ya va para pandemia. ¡Hay que vacunarse de inmediato! El apóstol trae la jeringa lista en la mano: «Queridos hermanos, no crean a cualquiera que pretenda estar inspirado por el Espíritu, sino sométanlo a prueba para ver si es de Dios, porque han salido por el mundo muchos falsos profetas. En esto pueden discernir quién tiene el Espíritu de Dios: todo profeta que reconoce que Jesucristo ha venido en cuerpo humano, es de Dios». (1 Juan 4:1,2)
(La clave maestra que descifra al profeta auténtico es reconocer que el Cristo ha venido en cuerpo humano).
Los enemigos de Jesús no encuentran límites: unos atacan su divinidad y otros, su humanidad, sin darse cuenta de que, en muchos casos, los unos terminan refutando a los otros sin remedio. En efecto, hay quienes al negarle a Jesús su humanidad le reconocen su divinidad; y quienes, al no aceptarlo como divino, terminan reconociéndolo como humano.
Este último es el caso de Ernesto Renán en su popular Vida de Jesús, que intenta un relato escueto de lo que el autor considera científicamente comprobable sobre el Nazareno. Con el rigor analítico propio de la crítica histórica positivista, el especulador francés despoja al personaje examinado de todo contenido milagroso y divino, pero concluye su ensayo con una afirmación que no puede pasar inadvertida: «Jesús no será superado. Su culto se rejuvenecerá sin cesar; su leyenda provocará infinitas lágrimas, sus sufrimientos enternecerán los mejores corazones; todos los siglos proclamarán que entre los hijos de los hombres no ha nacido ninguno más grande que Jesús».
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Código Jesús, páginas 154-155)