UNA ESCATOLOGÍA INDIVIDUAL
Cada creyente, en un plano personal, debe vivir escatológicamente, esto es, guiado por la esperanza bienaventurada. Agradecido de lo que Dios ya hizo en su pasado, será nutrido por lo que espera que Dios haga en su futuro. Solo de esta manera puede asegurar un presente feliz y próspero. Actualismo. Si se limita a vivir una fe del recuerdo (la obra consumada de Cristo para él como persona) puede perder y, en efecto, a menudo pierde las enormes posibilidades que nacieron de ese hecho cumplido. La escatología personal me lleva al cielo, último peldaño de mi ascendente esperanza; pero, así mismo, me conduce por los escalones precedentes, progresivamente, en mi vida aquí y ahora. De esta manera, la fe del porvenir alimenta la fe del hoy. Soy el que soy porque Soy el que fui, pero soy el que soy siendo, en tránsito a el que seré, pues
Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. 1 Juan 3:2.
Ser semejante a Cristo, meta suprema del hombre.
UNA ESCATOLOGÍA ECLESIÁSTICA
La Iglesia Cristiana, por su parte, debe moverse dentro de una dinámica escatológica, entendiendo que el hecho ya cumplido e irreversible de la Redención, es solo un punto de partida para el establecimiento del Reino de Dios. Si tiene claro esto, toda su acción actualista se moverá a través de la revelación progresiva, en la circunstancia de cada día (o de cada era) con el impulso inicial siempre activo, pero puesta la mira en el poder ser, o en el llegar a ser, dentro de las infinitas posibilidades que Dios le brinda a través de la esperanza. El cuerpo de Cristo como un embrión (pasado), creciendo como un feto (presente), para parir un hombre (futuro).
De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo. Efesios 4:13.
Podría decirse que la Iglesia es una sinfonía inconclusa, que se inicia con la clave de sol de Pentecostés y, a través de largos y variados movimientos actualistas, espera el regreso del Maestro con su batuta para orquestar el gran final: Su marcha nupcial como Novia del Cordero.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Reto de Dios, páginas 154-156)