En sus andanzas por el Mediterráneo y el imperio romano, especialmente su parte griega, el apóstol junto con su compañero de predicación Silvano, llamado también Silas por los griegos, se ha enfrentado con una hechicera en la ciudad de Filipos, de la provincia de Macedonia. Al reprender el espíritu de adivinación que hay en esa mujer, es objeto de unas consecuencias terribles. La adivina de Filipos se quería hacer pasar por profeta de Dios, como hay tantas por allí. Pero Pablo no es tonto, advierte que allí no hay profecía del Espíritu Santo. Por lo tanto reprende al demonio y éste sale de la muchacha.
Como resultado se forma un gigantesco alboroto, y Pablo y Silvano van a parar a la cárcel. Los colocan en la celda de más adentro, con cadenas y grillos. Impasibles, ellos se ocupan en cantar alabanzas a Dios. A la media noche, mientras cantan, el poder de la alabanza en la guerra espiritual produce un temblor, se abren las puertas y se sueltan las cadenas. El colofón de todo esto es que el carcelero y su familia se convierten. Pero falta un detalle.
Al amanecer, los magistrados mandaron a unos guardias al carcelero con esta orden: Suelta a esos hombres. El carcelero, entonces, le informó a Pablo: -Los magistrados han ordenado que los suelte. Así que pueden irse. Vayan en paz. Hechos 16:35-36.
Cualquiera pensaría que Pablo y Silvano inmediatamente dijeron: Ay, muy agradecidos por ponernos en libertad. No, ellos no aceptan tal cosa.
Pero Pablo respondió a los guardias: -¿Cómo? A nosotros, que somos ciudadanos romanos, que nos han azotado públicamente y sin proceso alguno, y nos han echado en la cárcel, ¿ahora quieren expulsarnos a escondidas? ¡Nada de eso! Que vengan ellos personalmente a escoltarnos hasta la salida. Vers. 37
¡Qué inteligente Pablo! No basta que me abran la puerta, no sólo debemos ser restituidos en nuestra libertad física como si fuéramos indultados o amnistiados, como si se nos estuviera perdonando algo, cuando no hemos hecho nada. Ellos deben disculparse con nosotros, reconocer que ha habido un error judicial. En otras palabras, tienen que restituirnos nuestra honra porque no somos delincuentes. El exige su restitución.
Los guardias comunicaron la respuesta a los magistrados. Estos se asustaron cuando oyeron que Pablo y Silas eran ciudadanos romanos, así que fueron a presentarles sus disculpas. Los escoltaron desde la cárcel, pidiéndoles que se fueran de la ciudad. Vers. 38-39.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro Las Llaves del Poder, páginas 208-210)