Los jueces les ruegan que salgan de la ciudad. Este episodio se ha repetido en la historia por el ejemplo de Pablo. En la antigua Rusia de los zares, a finales del siglo pasado, se inició un sonado proceso que concluyó ya entrado el actual. Un carnicero judío de la ciudad de Kiev, llamado Mendel Beilis, fue acusado por orto-doxos de haber degollado a un niño cristiano para utilizar su sangre en un sacrificio. Como el carnicero era inocente, se movieron los defensores de los derechos humanos en todo el mundo y se formó un gran problema de orden público.
El zar entonces envió a Nicolai Sheglovitov, que era su ministro de justicia, a soltar al carnicero. Cuando el funcionario se presentó a la celda, abrió la puerta de la prisión y dijo al hombre que quedaba libre. Entonces habló el judío: ¿Sabe una cosa, señor ministro? Un judío llamado Pablo de Tarso en quien ustedes creen, a quien ustedes predican, por cuyas doctrinas ustedes se guían, fue encarcelado injustamente, y no quiso salir de la cárcel con sólo que le abrieran la puerta. Yo haré lo mismo. Usted me tiene que restituir, como hace dos mil años el imperio romano restituyó a Pablo. No me retiro de aquí, hasta que usted diga públicamente que soy inocente.
En Francia, en la segunda mitad del siglo pasado, se presentaron grandes persecuciones contra los judíos, por el sólo hecho de serlo. Alfred Dreyfus era un oficial del ejército francés a quien acusaron con pruebas falsas, y testimonios montados de ser espía de los alemanes. Le hicieron un juicio público, lo escarmentaron, lo despojaron de su uniforme y sus arreos militares, y lo condenaron a prisión perpetua en la Isla del Diablo de la Guayana Francesa, cerca a Venezuela. Años después, el intelectual Emilio Zolá se dió a examinar el caso, y, finalmente, escribió su célebre ‘Yo Acuso’ manifiesto publicado en el periódico ‘La Aurora’ de París, en el cual demostró que con Dreyfus se había cometido una injusticia. El caso llegó a ser muy famoso en el mun-do, hasta el punto de que el gobierno francés se vio precisado a restituir a Dreyfus. Lo sacaron de la Isla del Diablo, le dieron una enorme suma de dinero, en una ceremonia pomposa lo reinstalaron como oficial del ejército francés. Eso se llama restitución.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro Las Llaves del Poder, páginas 210-211)