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La puerta del cine (Parte 2)

Fracasados los intentos del marxismo por demostrar su inexistencia y catalogarlo entre los mitos, muchos ya hablaban de él como de un personaje pintoresco y obsoleto que podría pasar a buen retiro en el museo de cera de las celebridades religiosas, junto a Mahoma y  Buda. Y, de pronto, su silueta se recorta, a contraluz, en la puerta del cinema, y el siglo XXI cambia de dimensión.        Gibson habla con convicción: cuando ya había obtenido dinero, fama y poder -aspiraciones objetivas del ser humano- se dio cuenta de que tenía un vacío interior angustioso y decidió ir a Dios en busca de respuestas. Tuvo su encuentro personal con Jesucristo y su vida cobró significado. El Espíritu Santo lo confrontó con su talento de cineasta y, durante diez años, su corazón ardió por el deseo de llevar a la pantalla la pasión de su Salvador. Para no especular sobre lo sagrado -actitud extraña en un católico- tomó directamente como libreto y guión  el Evangelio de Lucas, y se lanzó a la tremenda aventura de traducir al lenguaje cinematográfico la crudeza sin atenuantes del gran escritor bíblico. Puesta en imágenes y sonidos, la prosa de Lucas resulta sádica en extremo, chocante para los defensores de una estética amanerada que quiso suavizar, en producciones anteriores, la extrema crueldad a la que Jesús fue sometido de manera real. LAS PUERTAS DE HOLLYWOOD Los realizadores y espectadores de películas inflamadas de violencia, destrucción, aberraciones y crímenes, hallaron «demasiado fuertes» las trágicas secuencias  de La pasión de Cristo. La valerosa conducta del actor y director australiano resulta contestataria en  el ambiente sibarita de Hollywood, donde el desorden moral tiene su sede. El ángel caído custodio de esta ciudad, montó guardia a las puertas, amenazadas de caer con estrépito. Que Bill Bright, por ejemplo, haya producido una película sobre Jesús, vaya y venga; al fin y al cabo, el fundador de Campus Crusade solo era un pastor cristiano; pero que alguien arraigado en las entrañas de la industria cinematográfica se atreva a hacerlo, es francamente imperdonable. En la ciudad del séptimo arte solo se hablará de Jesús para infamarlo, como en La última tentación de Cristo, de Martin Scorsesse. Este filme, pues, ha provocado airadas protestas por una sola razón: la humanidad caída se resiste a confesarse culpable de la muerte de Cristo; el hombre postmoderno, que estaba de espaldas a Dios, ha recibido así un doloroso golpe en su conciencia y se voltea, con los ojos llenos de lágrimas y asombro, hacia la gran pantalla donde su propio drama representa el desenlace definitivo. Gibson, en un efecto cinematográfico impactante, solo aparece en una fugaz escena, dando los martillazos finales sobre el último clavo de la crucifixión. —Lo hice, aclara, porque yo participé en el gran crimen. (Darío Silva-Silva. Extractado del libro Las Puertas Eternas, páginas 145-147) VISIÓN INTEGRAL (Antología de textos de nuestro pastor presidente)  
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