La Obediencia

El libro de Deuteronomio se atribuye a Moisés, quien, antes de ir a la presencia de Dios, decidió colocar por escrito alguna serie de recomendaciones a sus connacionales, recordándoles cómo Dios los bendeciría si ellos permanecían en obediencia. La parte final del tratado, su colofón, no es de Moisés sino, al parecer de alguno de sus colaboradores, probablemente Josué, quien relata los últimos días del gran legislador hebreo. De este testamento espiritual extractaremos algunas lecciones valiosas.

     

Si realmente escuchas al Señor tu Dios, y cumples fielmente todos estos mandamientos que hoy te ordeno, el Señor tu Dios te pondrá por encima de todas las naciones de la tierra.  Si obedeces al Señor tu Dios, todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te acompañarán siempre.

Deuteronomio 28:1-2.

 

Tendremos ahora la llave de la obediencia. El tema es impopular. Todos, dicen las Sagradas Escrituras, somos rebeldes por naturaleza. Dicho de manera elemental, en palabras sencillas: La rebelión es el pecado original y, por eso, todos nacemos con la inclinación a ser rebeldes. El trabajo de Jesucristo consiste, a través del Espíritu Santo, en llevarnos otra vez a la obediencia, al plan original de Dios. Esta llave abre puertas de bendición sobre la vida humana, pero es una llave de dos vueltas: La primera, escuchar a Dios; la segunda, cumplir fielmente sus mandamientos. Oír la Palabra y llevarla a la conducta. La llave de doble vuelta es, pues, la obediencia. Todo el arte de la vida exitosa depende de esas dos acciones: Escuchar y practicar, pues ciertamente la obediencia es una ciencia.

 

(Darío Silva-Silva. Extractado del libro Las Llaves del Poder, páginas 239-240)

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