Tiene lugar entonces uno de los actos teatrales más famosos de la historia universal: el funcionario que encarna la majestad de Roma ordena que le traigan un platón y una jofaina y, aparatosamente, a la vista de la multitud enardecida, se lava las manos; luego, mientras se las seca con una toalla, hace la solemne declaración:
“Soy inocente de la sangre de este hombre” (Mateo 27:24)
Pilatos se vio en medio de un fuego cruzado: por una parte, Roma respetaba los sistemas espirituales de los pueblos sometidos a su dominio, y el juicio contra Jesús tenía un carácter religioso; por otra, los astutos fariseos y miembros del clero subrayaron el detalle de que Jesús, al proclamarse rey, desconocía la autoridad del César. En tales condiciones, a Pilatos le hacían la jugada del tahúr que, en el cuento antioqueño, lanza la moneda al espacio mientras dice: —Con cara gano y con sello pierde usted.
Grandes preguntas quedan en el aire después de la ambigua actuación del Procurador: ¿Por qué un funcionario que odia a los judíos, defiende a Jesús, que es solo un judío más? ¿Por qué no usó su autoridad inapelable para dictar sentencia a favor de aquel reo? ¡Misterio!
Francamente yo creo que Pilatos no es UN hombre, sino EL hombre. Todos somos un Pilatos corporativo. Su actuación ambivalente es la de cualquier ser humano que se enfrenta a Jesús. Sencillamente no sabe qué hacer con él. Solo preguntarle, como un sonámbulo escéptico: “Y ¿qué cosa es la verdad?” —Necio, tienes la Verdad frente a ti, de cuerpo entero.
Como un eco del inconsciente colectivo, aquel magistrado percibe instintivamente que si Jesús no va a la cruz, Adán-Pilatos mismo tendrá que responder pos sus pecados. Lavarse las manos es una forma de limpieza exterior, pero simboliza la necesidad de limpieza interior. Proclamar de labios para afuera una inocencia personal, no lo exonera de su culpabilidad intrínseca.
Pilatos sigue sucio por dentro, aunque se haya lavado por fuera. ¡Qué insufrible paradoja! Su acción lo hace culpable de lo mismo que se declara inocente. Todos somos Pilatos: pretendemos lavarnos las manos para declarar nuestra inocencia por la muerte de Jesús, sin darnos cuenta de que es nuestra culpabilidad la que precisamente la produce.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Código Jesús, páginas 123-124)
VISIÓN INTEGRAL
(Antología de textos de nuestro pastor presidente)