Permítanme una anécdota personal. Hace algún tiempo fui sorprendido por varias llamadas urgentes a mi teléfono a altas horas de la noche. ¿El motivo? La radio y la televisión estaban informando en boletines extras que Darío Silva había sufrido un grave accidente a consecuencia del cual perdió una pierna. Yo estaba cómodamente instalado debajo de mis cobijas y, por un momento, pensé que tenía una pesadilla.
La cosa se aclaró finalmente cuando encendí la tele y supe que se trataba del famoso futbolista uruguayo del mismo nombre. Espero que, dentro de dos mil años, mis biógrafos no confundan mi tumba y afirmen que yo era realmente deportista y no predicador y que mi patria no fue Colombia sino Uruguay.
Es una broma, claro.
Volviendo a lo serio, nadie sabe a ciencia cierta qué pasó con Pilatos. Es cierto que Tiberio lo llamó a Roma para que diera cuenta de sus actos de violencia contra los judíos, pero se ignora cuál fue su fin. Se ha escrito que murió por suicidio y, también, que se convirtió en mártir del cristianismo, pero ninguna de las dos ver-siones ha sido comprobada. No pocos psicólogos, politólogos y sociólogos se han llenado de perplejidad ante lo complejo de su carácter. J. Garofalo lo define así:
“Pilatos se ha convertido en un símbolo de vileza, pero quizás es, por encima de todo, la víctima más ilustre de la política”
Lo más impactante en la actuación del Procurador romano de Judea es su orden de colocar sobre la cabeza de Jesús, en el madero, el famoso INRI, un rústico pero solemne letrero escrito en arameo, latín y griego: ‘JE-SUS DE NAZARET, REY DE LOS JUDIOS’, que provocó airadas protestas del clero oficial y los fariseos, flor y nata de la sociedad judía.
Cuando le hacen el reclamo y le ruegan: —No escribas: ‘Rey de los judíos’, otra vez Pilatos actúa como un autómata, un títere, un robot; e, impulsado por una fuerza desconocida e incontrolable, se niega a borrar el INRI. “Lo que he escrito, escrito se queda”, parece una frase presuntuosa de quien ha sido un juguete de sus súbditos en el extraño juicio que acaba de cumplirse. (Juan 19.19,22) Pero no es así, se trata de una declaración solemne e irrevocable: Jesús Nazareno ES el rey de los judíos. ¿Un rey sin corona? No, un Rey coronado de espinas. ¡Esa es la clave!
Sé que suena atrevido, pero aquí encontramos una curiosa declaración de fe de Pilatos. Él está afirmando de manera clara y radical que Jesús es Rey. Por favor, nunca olviden que quien habla es un alto funcionario del Imperio Romano que consideraba al César la máxima autoridad de todas las provincias bajo su régimen. ¿No se exponía el Procurador a ser señalado como traidor a la patria al reconocer a un rey que no era su idolatrado César? ¡Qué interesante! El representante del más grande poder mundial se ha unido a los coros angélicos que proclaman la majestad del Rey de los reyes.
(26) nota alcalce: S. Garofalo, Pilatos. Diccionario Literario Montaner y Simón, Barcelona, l967. Tomo XI, pag. 751
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Código Jesús, páginas 126-128)