Dios habla en el silencio. En el silencio nos podemos oír a nosotros mismos. En el bullicio es muy difícil escucharnos. Uno de mis poetas favoritos, Antonio Machado, creía en Jesucristo, aun cuando no se supo que estuviera matriculado en alguna iglesia. A veces en sus versos dice cosas que solo pueden ser de un renacido. Cuando él murió, Rubén Darío, el más grande de los poetas de lengua castellana, le escribió una elegía, cuyo estribillo es elocuente y conmovedor.
Silencioso y misterioso
iba una y otra vez,
su mirada era tan profunda
que apenas se podía ver.
Gran descripción sobre el carácter de Antonio Machado. Tenía esa mirada tan profunda, que apenas se podía ver, por ser un hombre que escuchaba en el silencio cosas extraordinarias. El propio Machado, en un poema autobiográfico expresa:
Detesto las romanzas de los tenores huecos
Y el coro de los grillos que chillan a la luna;
A distinguir me paro las voces de los ecos
Y entre las voces oigo, únicamente, una.
Aquí hay sabiduría. Pablo dijo: Examinadlo todo y retened lo bueno. Lo que escucha Antonio es la voz interior, la voz de Dios. Es en el silencio donde podemos percibir voces, sonidos, diapasones que no se oyen en medio del bullicio. Dios habla siempre en la armonía del silencio. Tengo un ejemplo bíblico maravilloso. El profeta Elías ha tenido una gran batalla con los sacerdotes de Baal y de Asera y los ha derrotado. Ahora Jezabel lo busca para quitarle la vida. Ha estado deprimido largo tiempo, le ha pedido a Dios que se lo lleve, que no resiste más la vida terrenal. Está muy triste, realmente desalentado, lleno de angustia. Entonces un ángel viene, lo reconforta y le ordena que vaya al monte para escuchar la nueva revelación que Dios tiene para darle.
El Señor le ordenó: -Sal y preséntate ante mí en la montaña, porque estoy a punto de pasar por allí. Como heraldo del Señor vino un viento recio, tan violento que partió las montañas e hizo añicos la roca; pero el Señor no estaba en el viento. Al viento lo siguió un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un suave murmullo. 1 Reyes 19:11-12.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro Las Llaves del Poder, páginas 227-228)