Los latinoamericanos somos inauténticos; y, podría decirse, bastante esnobistas. Padecemos arribismo social y camuflaje cultural. Luis María Mora lo percibió así en la primera mitad del siglo XX:
No somos aún civilizados y ya queremos ser decadentes; estamos al pie del monte, y ya sentimos los vértigos de la cumbre.
En Colombia, por ejemplo, queremos convencernos de que el coloso García Márquez es el escritor nacional por antonomasia; pero Macondo no es Colombia, Macondo es el Caribe. Colombia, además del litoral, son los paisas con Carrasquilla, los cundiboyacenses con Caballero Calderón, la selva y el Llano con José Eustasio Rivera. En Venezuela, Arturo Uslar-Pietri no es Rómulo Gallegos, pues algo va de Caracas al Llano. En México, Alfonso Reyes y Juan Rulfo tienen perspectivas distintas, como en Argentina el europeizante Aleph de Jorge Luis Borges se distancia del pampero Martín Fierro, de José Hernández. Tampoco el vallenato es nuestro ritmo por antonomasia; sino, dependiendo la región, puede serlo el bambuco, el torbellino, la guabina, el pasillo, el sanjuanero, la cumbia. Así en México, el son de Veracruz difiere de la canción yucateca, lo mismo que del corrido ranchero de Jalisco.
Es fácil observar cómo León De Greiff no escribió rimas castellanas, sino runas vikingas, y Gabriela Mistral, baladas provenzales. En ese orden de ideas, el mexicano Octavio Paz es un escritor indoitaliano; el nicaragüense Rubén Darío, un poeta persa; el uruguayo José Enrique Rodó, un pensador griego; el argentino Astor Piazzola, un músico francés; el peruano Hugo Alegre, un pintor holandés; y así sucesivamente.
De forma similar, muchos de nuestros criollos predicadores se esfuerzan por parecerse a las estrellas del televangelismo y las megaiglesias norteamericanas: el look, el vestuario, la decoración escénica, el back projection y el histrionismo son mera imitación de los modelos estereotipados y hollywodenses del norte. Latinoamérica es, apenas, un proyecto, dentro del cual, algunos comentaristas regionales posan de originalidad: según tradición oral, el escritor y político Armando Solano quiso definir las cosas cuando habló de ‘nuestra América india, mulata, mestiza y tropical’. Y el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, creador del Apra, (Alianza Popular Revolucionaria Americana) adoptó una palabra afortunada: Amerindia, para referirse al que algunos han llamado, acertadamente, el continente de la esperanza.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Reto de Dios, páginas 149-151)