El condenacionismo fanático sobre los avances del progreso conduce a la comisión de muchos abusos en el nombre de Dios. Hay líderes cristianos de tan escasas luces intelectuales que, con lo que ignoran, se podría reconstruir la biblioteca de Alejandría; ellos pretenden enfrentar a la Biblia con la ciencia y la tecnología, en una actitud algo Edad Media y muy Inquisición, y miran con recelo interesantes avances, por ejemplo, de la ingeniería genética. Obsérvese que hace unos veinte años fue anatematizado el experimento de los “bebés-probeta”, y hoy algunos de ellos se sientan felices en sillas de templos cristianos. ¿Deben ser rechazados o acogidos con amor? No faltará quien sospeche que alguno de tales feligreses puede ser el anticristo en persona. Los choques entre ciencia y teología son inevitables, pero solo deberían aceptarse cuando el hombre pretende invadir terrenos potestativos de la Divinidad; en este caso, hemos de rechazar enfáticamente tales invenciones.
Es verdad que en el mundo de hoy algunos médicos están asumiendo perfil de dioses, como empeñados en crear el robot biológico del que habló Huxley, el profeta de lo absurdo. Ante tal estado de cosas, algunos cristianos piensan que tan grave como un aborto es realizar una inseminación in vitro, pues esta consiste en colocar varias opciones embrionarias en las probetas. Si son cinco, cuatro morirán para que una superviva. ¿Es esta una forma de homicidio o una solución viable para parejas angustiadas que, así, pudieran tener hijos? Hay buenas razones para dejar la respuesta en el ámbito de la libertad de conciencia.
“(Me refiero a la conciencia de otros, no a la de ustedes) ¿Por qué se ha de juzgar mi libertad de acuerdo con la conciencia ajena? (1 Corintios 10:29).
Darío Silva-Silva. Extractado del libro Sexo en la Biblia, páginas 193-194)