Debo ahora hablar en primera persona, ya que el testimonio siempre es una buena ilustración de la Palabra. A sólo ocho días del nacimiento de mi nieto David en la ciudad de Buenos Aires, fui invitado por Juan Pazuello, entonces presidente de la Confederación Evangélica Pentecostal de Argentina, a predicar en su iglesia. Nuestra Patricia, próxima a dar a luz, y su esposo, el pastor Silvano Espíndola, quienes me acompañaban, refieren que durante los períodos de alabanza, adoración y anuncios varios, todo estaba en calma; pero cuando yo inicié el sermón, el pequeño David, en el vientre de su madre, empezó a moverse nerviosamente y lo hizo en forma ininterrumpida durante los cuarenta y cinco minutos de mi prédica. Cuando su abuelo, que estaba afuera, terminó de hablar, él dejó de moverse adentro. Mentes racionalistas y escépticas hablarán de casualidades, pero yo sé lo que pasó: el espíritu del pequeño David y el mío estaban siendo unidos, en unidad espiritual, por el Espíritu de Dios.
Quienes afirman que un ser es plenamente humano solo cuando nace, ¿cómo explican que se pueda, por medio de una operación cesárea, extraer un feto de la madre con cinco meses de gestación y mantenerlo vivo fuera de la matriz? ¿Cómo puede permanecer con vida en ambiente distinto del vientre materno un niño que no ha cumplido el ciclo normal para nacer, es decir, para hacerse persona, según algunos abortistas? ¿Cómo puede ser incubado fuera del natural habitat uterino materno? Dios bendiga los logros científicos que así lo permiten. Doy fe que mi nieto Arturo, nacido con cortos días de anticipación a la fecha prevista, pudo superar una insuficiencia respiratoria gracias a tales avances médicos.
Darío Silva-Silva. Extractado del libro Sexo en la Biblia, páginas 183-184)