Las transformaciones económicas, sociales y culturales por las que atraviesa América Latina han modificado profundamente las ideas en cuanto al número de hijos que debe tener una pareja. La propaganda ha difundido la necesidad de fomentar familias pequeñas y la planificación familiar ha tomado mucha fuerza. El continente es a menudo citado por los organismos internacionales como ejemplo en estas materias. Los gobiernos de la región han diseñado políticas a favor de los servicios de planificación familiar, tanto públicos como privados; en los últimos veinte años el uso de anticonceptivos se ha incrementado en forma extraordinaria y las tasas de natalidad se han reducido drásticamente. Esto ha traído una pesada carga sobre los hombros de la mujer, ya que es ella el receptor casi exclusivo de los ingenios de anticoncepción y esterilización, orales, intrauterinos, etc. Pero los métodos no son seguros, fallan con frecuencia y, sobre todo, son ineficaces cuando media la voluntad de Dios.
Recién inaugurada la iglesia colombiana Casa Sobre la Roca (1987), el Señor ofreció que daría una señal poderosa e incontrovertible de que era su propósito crear una nueva nación. Durante una jornada de ayuno, visitaron el templo de esa congregación dos distinguidos ejecutivos empresariales cuyos nombres no hace falta mencionar. Al orar por ellos, el Espíritu Santo dijo algo sorprendente: “Bendigan la criatura que viene en este vientre”. A la sazón ellos estaban planificando porque ya tenían tres hijos, y a la señora le habían ligado las trompas de Falopio. Dos meses más tarde, al final de una oración familiar, ella fue llevada al primer capítulo del Éxodo donde se habla de la aflicción de los israelitas cuando los egipcios procuraban matar a sus niños, y supuso que el mensaje sería para otra persona de la iglesia. Sin embargo, poco tiempo después quedó embarazada y su desconcierto fue grande cuando su médico personal, un distinguido catedrático universitario, le manifestó que, según la ley de las probabilidades, tal accidente podía ocurrir una vez en un millón. Buscando la guía del Señor, encontró la conocida trascripción que Pablo hace del profeta Isaías:
“Porque está escrito: Tú, mujer estéril que nunca has dado a luz, ¡grita de alegría! Tú, que nunca tuviste dolor de parto, ¡prorrumpe en gritos de júbilo! Porque más hijos que la casada tendrá la desamparada” (Gálatas 4:27).
Ella se apropió de la primera parte del versículo, pero grande fue su sorpresa cuando se le informó que no podía tener el hijo en un parto normal sino por cesárea, lo cual le adjudicaba también la segunda. Su niña –a quien los jóvenes llamaron “Roquita”- fue la primicia de aquella naciente iglesia, donde, desde entonces, muchos hogares se alegran frecuentemente con la presencia de nuevos hijitos de Dios.
Darío Silva-Silva. Extractado del libro Sexo en la Biblia, páginas 190-192)