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Cuando Marx y Freud se abrazaron | El Gueto Dorado

La deserción de los afroamericanos hacia el Islam no fue masiva porque el Espíritu Santo sopló sobre Martin Luther King, el buen bautista que reactivó el poder de Dios en los corazones atribulados; su martirio fue el inicio de una sociedad más justa e igualitaria. Sería deplorable que ahora, bajo pretexto de protección nacional, Estados Unidos cambiara sus leyes migratorias, especialmente para el caso de los latinoamericanos. Está bien que se controle la inmigración ilegal, pero hay mucha gente talentosa y honesta que puede enriquecer a la propia nación que le abre sus puertas.

 

Durante la II Guerra Mundial, lúcidos cerebros europeos vinieron a engrosar la evolución intelectual, científica y tecnológica de los Estados Unidos. La puerta se abrió de par en par incluso para quienes podían socavar, con líneas de pensamiento adversas, la estructura misma de la nación.  Por ejemplo, Herbert Marcuse, un judío que montó su propio ‘gueto dorado’ en Harvad, como bien lo expresará Alberto Lleras Camargo, y que fuera eficaz  colaborador de los servicios de inteligencia.

 

Nacido en el seno de la más alta burguesía berlinesa, era un hebreo germanizado, fenómeno común y corriente durante la época imperial. Su amigo entrañable Miguel Siguán lo define como refinado en sus gustos y modales, con estampa de gran señor, de una simpatía contagiosa. Se dice que hablaba un alemán delicioso y un inglés machacón y que, en las discusiones a las que era tan dado, solía estallar en súbitas cóleras.  Dueño de una mente sincrética, había asimilado las grandes corrientes europeas de su adolescencia, juventud y comienzo de la madurez: arte abstracto, cine expresionista, teatro social, arquitectura integral. Uno de sus materiales predilectos de trabajo fue el marxismo, al que le descubrió raíces hegelianas. ¡Hasta verdad será!.

 

El importó unos temas revolucionarios de meditación que, a la larga, erosionaron la unidad del pensamiento norteamericano, sólidamente guiado por el evangelio y la democracia. Fue Marcuse el gran culpable de la rebelión de los estudiantes y el caso de su discípula amada Ángela Davis no es el único de estadounidenses que abrazaron el marxismo. Su logro capital fue fraternizar a Marx con Freud, armando así el centauro sobre el cual ha cabalgado la sociedad humana a lo largo del siglo XX.

 

Su teoría del hombre unidimensional es materialista cien por ciento: según ella el ser humano como unidad física en sí mismo produce de sus propios materiales todo cuanto es: el cuerpo, la psiquis, la mente, los sentimientos y eso que algunos llaman la conciencia. Por fortuna hubo otros inmigrantes, también germanos: Bultmann, Barth, Tillich; ellos  pusieron un muro de contención para impedir que desertaran muchos valores intelectuales y científicos hacia el ateísmo. El caso del siquiatra David Allen es notable: formado médicamente  por Fromm y teológicamente por Tillich, abrazó la fe cristiana como la única que puede dar respuesta a la angustia existencial.

 

 

(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Eterno Presente, páginas 148-150)

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