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Oriente en Occidente | El Rompecabezas de las Sectas

La pugna secular entre Oriente y Occidente se ha globalizado. Hoy la civilización cristiana recibe, sin perca-tarse, el Caballo de Troya de los sistemas espirituales de la India, en un variado menú que fascina a los comensales por tratarse de algo legendario y misterioso. Intentemos un resumen de sus platos principales:

 

BRAHAMANISMO. Este sistema mitológico indio pretende perpetuar la casta de los brahmanes (sacerdotes y doctores) sobre las otras, que le están sometidas. Es un fósil del antiguo paganismo de Los Vedas, y de él han emanado divisiones y subdivisiones.

 

HINDUÍSMO. Creencia panteísta y reencarnacionista que es, más que nada, una federación de religiones sin jerarquía unida. Se trata de una síntesis de las creencias de los arios que invadieron a la India 1500 a.C. De su tronco han surgido, a la vez, variadas ramas, entre ellas Baha’i, Kir Par Sin, Sudda Dharma Mandalam e incontables más, todas unificadas alrededor del dogma de la reencarnación, columna vertebral del hinduismo.

 

BUDISMO. Secta hinduista ideada por el príncipe Sidartha Gauthma (Buda). Cree en la reencarnación y la ley del Karma, pero su característica primordial es el Nirvana, donde el ser se sumerge finalmente en la nada absoluta para obtener su eterna liberación: dejar de ser.

 

ZEN. Aun cuando proclama no ser un sistema religioso, se trata de una rama del budismo, desarrollada en el siglo VIII y de enorme influencia especialmente en la China y el Japón.

 

CONFUCIANISMO. Debe su nombre a su creador, el pensador chino Confucio. Es una mezcla de panteísmo y culto a los antepasados. Cree que todos los hombres son buenos por naturaleza y la bondad se acrecienta por medio del estudio. Tiene, el dios supremo, solo castiga en la vida actual. El emperador es designado por el cielo como ‘padre del pueblo’.

 

SINTOISMO. Esta religión juega papel similar a las anteriores en el archipiélago japonés. Se basa en el culto de la naturaleza y de los antepasados. Diviniza al estado y al emperador.

 

(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Eterno Presente, páginas 137)

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