Tercer ejemplo: Jacob
(Génesis 28—30). Este personaje ha huido de la casa de sus padres en Canaán y ahora se encuentra directamente en Padan Arán, en casa de su tío Labán, donde se desarrolla la historia -como para una telenovela- que vamos a recordar ahora. Jacob se había enamorado de su prima Raquel, e hizo un contrato con su tío: trabajaría para él durante siete años a cambio de su amada. Siete años era mucho, pero a Jacob le pareció muy poco tiempo porque estaba realmente prendado. Al finalizar los siete años, Labán prepara una gran fiesta de bodas, con vino, música y todo lo demás; y, cuando el buen Jacob entra a la alcoba nupcial, al retirar el velo de la novia, se lleva la tremenda sorpresa de que le han entregado a Lea, la hermana mayor de su amada.
Sorprendido, hace los reclamos pertinentes al suegro, quien le propone otro contrato de trabajo por siete años más si quiere recibir a Raquel por esposa. Como el amor todo lo puede, Jacob acepta el trato y, siete años después, se casa también con su prima menor. El amor es ciego definitivamente. Tremenda macrotumia la de un hombre casado, y, además, con dos mujeres. Digamos, al margen, que historias como esta sirven de pretexto a falsos maestros y profetas de dudosa ortografía que andan predicando la poligamia como legítima dentro del cristianismo.
Esta idea “mormonista” carece de todo sustento a la luz de las enseñanzas de Jesucristo, únicas que tienen validez para nosotros; pues, según ellas, el matrimonio es exclusivamente monógamo heterosexual. Punto final. Doblemos esta hoja diciendo que del amor de Jacob y Raquel surgieron José, en primer lugar; y, después, Benjamín, de cuya tribu salió el primer rey del pueblo del Señor. “La paciencia del amor” se llamaría esta telenovela. Con mucha razón San Pablo afirma que “el amor es paciente”.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Fruto Eterno, páginas 137- 138)
VISIÓN INTEGRAL
(Antología de textos de nuestro pastor presidente)