Quien teme al SEÑOR aborrece lo malo; yo aborrezco el orgullo y la arrogancia, la mala conducta y el lenguaje perverso.
Proverbios 8:13 NVI
Hablar del orgullo sin considerar el temor reverente que debemos tener por Dios nos lleva a normalizar muchas de las actitudes que venimos aceptando del mundo por estar constantemente expuestos a ellas.
El temor reverente es ese fuerte anhelo por no hacer, decir o pensar cualquier cosa que sea diferente a las normas de Dios, ya que con esto llegaríamos a ofenderlo. Que este temor siempre te mantenga alerta para que en todo momento busques alejarte de las malas actitudes y acercarte a todo lo que glorifica a Dios.
Una de estas actitudes es el orgullo. Bíblicamente hablando, el orgullo es arrogancia, autosuficiencia y falta de humildad. Es enfocarse en ver solo mi punto de vista, olvidando que Dios nos hizo para estar con Él en todo momento y en toda situación.
Desde el relato de la creación en el libro del Génesis, en el jardín del Edén, el ser humano ha estado tentado a ser como Dios, a no estar sujeto a la autoridad. Es desde este momento que el orgullo del hombre lo separó de Dios.
Podemos entonces decir que el orgullo es uno de los combustibles que nos lleva a estar tan lejos del lugar donde Dios bendice, sana, provee y guía nuestras vidas.
La única forma de regresar al lugar donde Dios quiere que siempre permanezcamos es siguiendo el ejemplo de nuestro Señor Jesús en todo. Al observar la humildad y la forma en que actuó mientras estuvo en la tierra, podemos tener el mejor punto de referencia para moldear nuestro carácter y llegar a la humanidad que Jesús nos modeló en su actuar.
Oremos: Amado Padre celestial, entiendo que el orgullo me aleja de ti. Por favor te pido que me hagas ser consciente de mi orgullo y me esté alejando de ti. Anhelo estar en tu presencia cada día y me comprometo a hacerlo, de manera que tu presencia en mi vida me ayude a huir de todo acto orgulloso que te ofenda a ti. Gracias Señor, amén.