Es prudente asumir que si no participas y permaneces dentro de un cuerpo local de discípulos (o como lo conocemos: la iglesia), tu salvación no dependerá de tu asistencia a un servicio o de tu presencia dentro de un edificio. Ir a la iglesia no puede salvarte. De hecho, nada de lo que tú puedas hacer puede salvarte. Por eso Jesús tuvo que hacerlo, con su muerte en la cruz. Sin embargo, es que, si bien ir a la iglesia no es la causa de tu salvación, ser parte de una es definitivamente un resultado.
No siempre lo entendemos preferimos pensar que ir al primer servicio sería mejor y rápido porque “podía salir pronto de ese asunto y continuar con los propios el resto del día”.
Creo que la razón por la cual no comprendemos el propósito de ir a la iglesia era parcialmente porque eso era exactamente lo que comprendía (o entendía mal) sobre la iglesia: un lugar para ir o un servicio al cual asistir. Sin embargo, la descripción de iglesia que observamos en la Biblia no es nada de eso. Leamos Hechos 2:42-47: Y se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la oración. Sobrevino temor a toda persona; y muchos prodigios y señales (milagros) se hacían por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían todas sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno. Día tras día continuaban unánimes en el templo y partiendo el pan en los hogares, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y hallando favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día al número de ellos los que iban siendo salvos.
Veamos también Hebreos 10:24-25: Consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca.
¿Observas el modelo? La iglesia nunca fue algo a lo que los cristianos tenían que ir “a”, y no deberíamos enseñar eso, especialmente si también creemos que el solo atender a un servicio o entrar a un edificio podría de alguna manera mediar en nuestra relación con Dios. Ahora bien, si la iglesia no es un servicio o un edificio, entonces ¿qué es?
No somos un evento al que asistimos, somos una comunidad a la que pertenecemos
La iglesia no es un edificio y tampoco es un servicio. El término “iglesia” viene de la palabra griega, ekklesia, una palabra que se usaba con frecuencia para expresar “asamblea” o “una reunión de personas”. Sin embargo, su uso en el Nuevo Testamento es un poco diferente. Para Pablo, la iglesia no era un edificio ni era una reunión de personas (o lo que podríamos llamar hoy, un servicio de iglesia). La iglesia eran los reunidos (o mejor dicho “los que han sido llamados a reunirse”), las mismas personas.
Nuestra identidad como iglesia debe ser como la de una comunidad que está enraizada en la persona y obra de Jesucristo, en quien mora la plenitud de Dios. La iglesia son las personas. Ninguno es perfecto. En realidad, esa es la mera razón por la que podemos ser una comunidad. Podemos venir de una gran variedad de trasfondos, pero todos tendremos dos cosas en común: todos somos pecadores, y más importante, todos tenemos a Jesús.
De manera que, los cristianos no deberíamos entrar a una comunidad de discípulos esperando encontrar perfección, sino esperando ver a Jesús operando en los corazones de sus miembros. Incluso entonces, ¿es perfección lo que realmente queremos ver? ¿Cuántos de nosotros nos sentiríamos completamente fuera de lugar, inseguros e inadecuados si nos uniéramos a una iglesia y nos diéramos cuenta que nosotros somos los únicos imperfectos? ¡No nos sentiríamos bienvenidos, nos sentiríamos condenados!
Sin embargo, muchos de nosotros tratamos a la iglesia de esta manera: como una reunión de domingo donde todos pretendemos ser perfectos mientras el resto de la semana nos estamos ahogando en pecado preguntándonos cómo los demás lo hacen y parece que están bien. La verdad es: nadie está bien. Cuando Jesús murió en la cruz, hizo evidente que nadie es perfecto. Así que en lugar de actuar como que lo somos, admitamos que nadie lo es y hagamos lo que estamos llamados a hacer: amarnos los unos a los otros y buscar la santidad.
Toma tiempo crecer en una iglesia. Toma más que solamente entrar al edificio, sentarse durante un servicio, y salir cuando éste ha terminado. Después de todo, no solamente requiere que compartamos el evangelio: debemos compartir nuestras vidas (1 Tesalonicenses 2:8). El Señor ha preparado Su iglesia para ti, llena de creyentes quebrantados y que son llamados a amarte, enseñarte y ayudarte en tu caminar con el Señor. Y ¡tienes que devolverles ese amor! Quizá es de suma importancia que recordemos que la comunión con los otros en la iglesia es otra forma de comunión con Cristo.
Reto:
Toma a partir de ahora un tiempo para orar por tu iglesia Local, por tu comunidad, bendice tus autoridades, y haz parte de ella para servir a otros. Si no cuentas con una congregación de sana doctrina ahora mismo, empieza a pedirle al Señor que es tu deseo encontrar un lugar cálido y seguro donde conectes con una comunidad y se construyan unos a otros.
Oremos:
Amado Padre, gracias por cada iglesia local que forma una sola iglesia alrededor del mundo, es tu cuerpo como nos lo dices en tu Palabra. La bendecimos y pedimos tu respaldo para cada uno. Que en cada lugar se predique la sana doctrina de tu Palabra, que alcance a muchos para su salvación. Te pido que me ayudes a ser parte de una de ellas, a servir en comunidad y a formar parte de tu santo ejercito aquí en la tierra. En tu nombre oramos Amén.