Los Odres Viejos
Odres Colectivos (Parte 2)
LA RELIGION. El cristianismo contiene elementos religiosos pero no es propiamente una religión, sino un ‘life style’, una manera de ser y de vivir, una conducta. La religión es la iniciativa del hombre para buscar a Dios; el cristianismo es la iniciativa de Dios al hacerse Hombre para encontrar al hombre. Santiago amonesta a los que ‘se creen religiosos’ pero no controlan la lengua ni practican la justicia social; y advierte que la verdadera religión se centra en la conducta. De ahí que Jesucristo diseñara la Casa sobre la Roca en su categórica conclusión del Sermón del Monte:
Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la casa. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca. Pero todo el que me oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa, y ésta se derrumbó, y grande fue su ruina. Mateo 7: 24-27
Los templos de hoy están atestados de gente religiosa. Si se permite una redundancia algo ramplona, puede decirse que los ministros religiosos son muy religiosos y sus oficios religiosos son realmente religiosos. Se ha llegado al abuso de crear una religión de la religión, una religión religiosa que no acerca al hombre a Dios sino coloca talanqueras para dificultarle el acceso a la Santa Presencia.
Otros, por reacción a ese religionismo exagerado, han tomado muy en serio la personalización de la fe y ya prescinden de los pastores y los templos, que son para ellos obstáculos. Olvidan que el cristianismo es esencialmente gregario, no individualista, porque el Cuerpo del Salvador integra a los salvados como órganos de Sí Mismo. Esa es la razón por la cual ningún cristiano tiene autonomía para cercenarse de ese cuerpo y pretender seguir recibiendo su sangre vivificadora.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Eterno Presente, página 119-120)