La opulencia extravagante suele conducir a la molicie. Cuando Mammón, el dios de las riquezas sustituye al Dios Verdadero, el corazón humano se vacía de eternidad y, al reiniciar la búsqueda del tesoro perdido – la presencia de Dios – el hombre suele irse tras una imagen divina acorde con su comodidad. Así se crean nue-vas corrientes espirituales, o se adaptan las antiguas, al humano capricho. Satanás es experto en mercadotecnia y siempre tiene a la orden del día lo que la demanda espiritual requiera. Nada de raro tendría que, bajo pretexto de lo que ha pasado con las torres gemelas y el Pentágono, se están incubando nuevas ofertas religiosas que salgan pronto a la venta pública de una sociedad de consumo espiritual, ahora cuando el material ha decrecido por razones obvias.
Aparte de adventistas y pentecostales unitarios, con quienes se podrían buscar diálogos, hay viejos movimientos en declive que se niegan a crecer, tal vez porque sus propios vaticinios escatológicos no se cumplieron, o bien porque la praxis ha mostrado sus fallas estructurales. Hoy, por ejemplo, los Testigos de Jehová y los Mormones se hallan en ese estancamiento que precede al ocaso. No ocurre lo mismo con otros movimientos de antaño que siguen en plena vigencia, y sobre los cuales conviene refrescar conocimientos básicos. Una catástrofe como la que acaba de ocurrir debe constituir una parada en el camino para pensar cómo se está respondiendo al desafío de las sectas.
CRISTADELFOS
Fundada por John Thomas como una disidencia de la Iglesia Bautista de Inglaterra, niega esta secta la Trini-dad, la inmortalidad del alma y la preexistencia de Cristo. Alega que el Verbo no existió antes de ser engen-drado y nacer de la virgen María, sino únicamente en la mente del Padre. Sostiene que el cuerpo de Cristo era necesariamente impuro, pero él estaba personalmente libre de pecado, y recibió en su bautismo la divinidad que reside en el Padre, a través del Espíritu Santo.
Para los cristadelfos el propio Espíritu no es una persona sino un poder divino en acción. No creen en la exis-tencia de un ser llamado Satanás y este nombre solo define para ellos una personificación del pecado en la carne. La muerte de Cristo en la cruz no fue expiatoria, sino una forma de demostrar el Padre su amor en un sacrificio necesario por el pecado humano. La salvación es dada por las buenas obras y la aceptación de las doctrinas y el bautismo cristadelfianos.
No hay un cielo más allá del puramente astronómico, sino un futuro paraíso terrenal donde gobernará Jesu-cristo eternamente desde Jerusalén. Los cristadelfos desconocen a todas las demás asociaciones religiosas, cristianas o no, ya que ellos, en su propio concepto, constituyen la iglesia verdadera. Rechazan toda clase de jerarquía y carecen de ministros y líderes.
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Eterno Presente, página 129-130)