Detenida está la antigua voz. Quasimodo
«Uno de ellos, llamado Caifás, que ese año era el sumo sacerdote, les dijo: —¡Ustedes no saben nada en absoluto! No entienden que les conviene más que muera un solo hombre por el pueblo, y no que perezca toda la nación». (Juan 11.49,50)
La resurrección de Lázaro no pasó inadvertida, como era apenas lógico, pero sus resultados fueron mixtos: algunos de los testigos presenciales de tan insólito suceso rindieron sus vidas a Jesús espontáneamente; pero otros, como siempre ocurre, pese a la evidencia indiscutible, se negaron a creer; y algunos de ellos, finalmente, decidieron llevar las cosas al extremo sectario: fueron ante los fariseos con el chisme buscando perjudicar a Jesús.
Como era de esperarse, el alto clero —siempre tan celoso de sus privilegios— convoca de urgencia a una reunión de junta directiva al más alto nivel para tomar medidas al respecto. ¿Cómo se atreve este tipo, que no pertenece a la élite religiosa, a hacer milagros sin haber recibido una franquicia? Por lo tanto, se abre de oficio una causa formal contra el autor de tan grave desacato.
Sin embargo, toma asiento allí, en calidad de presidente, un personaje ilustre: don José Caifás, quien le debía su alto puesto, no a la sucesión prevista en la Ley, sino a un plumazo del gobernador Valerio Grato. En aquel tiempo, los funcionarios del Imperio Romano ponían y quitaban dignatarios religiosos según su conveniencia política. El Sumo Sacerdote era, entonces, un títere; o, para decirlo en lenguaje diplomático, un ‘colaboracionista’.
Hay que reconocer, sin embargo, que el hombre había emparentado con una influyente familia sacerdotal al casarse con una hija de Anás, quien fuera designado en el alto cargo por Quirino, gobernador de Siria, y destituido en forma fulminante por el emperador Tiberio en persona. Aunque teóricamente respetaban la libertad religiosa, los romanos movían fichas en su ajedrez con gran destreza para asegurarse, en lo posible, que los asuntos espirituales de los impredecibles judíos los manejaran personas dóciles, del estilo que modernamente suele llamarse yes man.
Este José Caifás, por cierto, ha pasado a la historia universal por haber sido quien presidió el juicio de Jesús de Nazaret y, también, porque se hallaba presente cuando los apóstoles Pedro y Juan fueron citados por el Sanedrín y conminados severamente a no seguir predicando en el Nombre de Aquel a quien habían visto resucitado. (Hechos 4)
(Darío Silva-Silva. Extractado del libro El Código Jesús, páginas 111-113)
VISIÓN INTEGRAL
(Antología de textos de nuestro pastor presidente)